“El arte de insultar es difícil. No siempre se dispone de una artillería de palabras de grueso calibre para disparar al enemigo”, bromeaba en una de sus crónicas el periodista Guillermo Cabrera Álvarez. Y ponía como ejemplo de ofensa polivalente: “¡Caracol!”, pues el aludido recibe de un golpe la imagen de que se arrastra, babea, tiene cuernos y, encima, suena como si le dijeran “cara de col”.

En la Cuba del segundo semestre de 2019, si a cualquiera le gritan “¡caracol!”, y el aludido está medianamente informado, más que un insulto, debería pensar en un enorme peligro. Ese peligro que al nombre del molusco une dos apellidos rotundos: “gigante” y “africano”.

La primera alerta cubana sobre el caracol gigante africano (CGA), incluido en la lista de las 100 especies invasoras más perjudiciales del planeta, la dio el Centro Nacional de Sanidad Vegetal (CNSV) del Ministerio de la Agricultura (MINAG) el 2 de julio de 2014, en un “AVISO DE PLAGA” dirigido a Directores Provinciales de Sanidad Vegetal, Jefes de Cuarentena Provincial, EPP (no se aclara la sigla) y Puestos de Frontera de Cuarentena Exterior del país.

En dicho aviso, aparte de detallar características morfológicas, biológicas y hábitos de la especie, y su distribución biológica, se incluían fotos y se indicaba un conjunto de medidas que incluían, entre otras:

  • Activar la vigilancia en todo el territorio nacional.
  • Informar a las autoridades del Gobierno (Consejo de la Administración, Salud Pública, CITMA, Defensa Civil).
  • Mantener activado todo el sistema de vigilancia e inspección en Puntos de Entrada, reforzando las acciones en las aeronaves, embarcaciones, cargas procedentes de los países donde la plaga está presente.
  • Proceder de inmediato a la preparación y capacitación del personal técnico del Sistema Estatal de Protección de Plantas que ejecutara [sic] la encuesta de detección…

Sin embargo, un lustro más tarde, con el caracol reportado en 13 de las 15 provincias cubanas (solo faltan Cienfuegos y Guantánamo), aquella alarma que debió de desatar una estrategia integral de enfrentamiento, con acciones educativas, de control, jurídicas, etc., cayó, al parecer, en saco roto.

Un diablo en el paraíso

El caracol gigante africano se registró en Cuba por primera vez en el año 2014, en la comunidad Poey, perteneciente al municipio capitalino de Arroyo Naranjo (Foto: Hitchman Powell Escalona).

“El Lissachatina fulica, antes conocido como Achatina fulica, es oriundo de África, particularmente de Etiopía y Kenia. Su salida del continente comenzó desde principios de 1800 cuando la colonización europea llegó a esas tierras”, explicó el Dr. Antonio Alejandro Vázquez Perera, Jefe del Laboratorio de Malacología del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí, (IPK), a la revista Juventud Técnica en mayo de 2018.

“La historia de su arribo a la Isla está estrechamente ligada a la práctica de la religión yoruba. El dato fue corroborado por investigaciones realizadas posterior a su hallazgo”, aseveró el científico a los periodistas Yanel Blanco Miranda y Claudia Alemañy Castilla.

La fauna malacológica nacional “es considerada una de las más diversas del mundo con un endemismo que alcanza el 95 por ciento en sus representantes terrestres. Esta característica […] llevó al famoso malacólogo Henry Pilsbry a declarar a Cuba como el ‘Paraíso de los Malacólogos’”, refirió el propio especialista en un artículo que publicó, en coautoría con Jorge Sánchez Noda, en Cubadebate el 8 de agosto de 2014. En el texto, reflexionaban en torno al peligro que podría representar para las especies habitantes de ese “paraíso” la llegada y expansión de tan potente competidor. Luego de los primeros aldabonazos públicos de 2014, a juzgar por lo que uno encuentra en los archivos en red de los medios, sobrevino un marasmo. Durante 2018, varios órganos de prensa del país fueron “despertando” en torno a la alarma y reportaron la presencia de la peligrosa especie.

En 2019, los “avistamientos” mediáticos estatales se incrementaron y fueron ganando en intensidad, hasta llegar a la emisión de la Mesa Redonda 4018 (20 de junio), titulada: “Caracol Gigante Africano: enfrentando la amenaza”. En este espacio, el MsC. Michel Matamoros Torres, investigador y especialista de Malacología del Instituto de Investigaciones de Sanidad Vegetal, afirmó, entre otras cosas, que los actores de la agricultura que deben enfrentarse y orientar sobre la plaga “van a ser capacitados, deben ser capacitados debidamente y de hecho nos encontramos hoy mismo en función de ello”. El MsC. Antonio Casanova Guilarte, director de Control Ambiental del CITMA, abundó sobre el desarrollo de investigaciones, “de métodos para combatirlos, dígase métodos biológicos, químicos (que no son en muchos casos los más efectivos), como los métodos mecánicos y de concientización de todos los organismos, de toda la población”. Y la MsC. Yanira Gómez Delgado, directora de Actividades Educativas Especializadas del Ministerio de Educación, se refirió a cartas de la ministra, fechadas en febrero y marzo de 2019, para dar indicaciones a los directivos provinciales del MINED; también al Plan Nacional del ramo, “aprobado en junio, 10 de junio”, es decir, 10 días antes de la comparecencia televisiva.

Ninguno de los medios que consulté indicó la magnitud que los médicos holguineros Ana Margarita Manso López y Elbert Garrido Tapia vieron en la exótica invasión. En su ponencia “Meningitis eosinofílica causada por Angiostrongylus cantonensis: SOS Caracol Gigante Africano”, presentada en la Convención Internacional de Salud, Cuba Salud 2018, los galenos afirmaron, entre otras precisiones:

  • “La meningoencefalitis por Angiostrongylus cantonensis se comporta como una meningoencefalitis subaguda o crónica. El desarrollo clínico es autolimitado con resolución de los síntomas en varias semanas en la mayoría de los casos, aunque se han reportado casos fatales”.
  • “Existe importante riesgo de epizootia como posible desastre sanitario, por lo que debemos evitar la ingestión de caracoles crudos o mal cocidos, así como langostinos, pescados y cangrejos que pudieran haber ingerido caracoles infectados; lavar bien las verduras y frutas aplicando el hipoclorito al 1 % e ingerir agua segura e implementar un sistema de vigilancia para la Meningoencefalitis eosinofílica por el Angiostrongylu cantonesis”.
  • “Se necesita conocer la prevalencia real de esta enfermedad en el país, porque es evidente el subregistro de casos infectados”.

El grito (perdido) de José Antonio

Este molusco, que figura entre las 100 especies exóticas invasoras más dañinas del mundo, puede llegar a consumir más de 200 especies de plantas, muchas de ellas cultivadas con fines económicos, a las que les transmite sus enfermedades (Foto: Hitchman Powell Escalona).

El 12 de noviembre de 2017 José Antonio Cruz Couto (calle Grant, s/n, finca Santa Ana, reparto Santa Amalia, Arroyo Naranjo, La Habana) vio su desasosiego multiplicado por 250 000 ejemplares del periódico Juventud Rebelde. “Alarmado por la presencia creciente” del CGA en su zona de residencia y trabajo contó a la sección Acuse de Recibo que en su finca y las aledañas, “pertenecientes a las cooperativas de créditos y servicios Fructuoso Rodríguez y Olveín Quesada”, tanto los productores como los residentes estaban “preocupados por la rápida proliferación del molusco y los graves daños que está causando en los cultivos”.

“Nos hemos dirigido a las autoridades municipales del Partido, Salud Pública, Sanidad Vegetal y Agricultura. Y lamentablemente no hemos encontrado respuestas de ningún tipo”, se dolía el habanero. Habían pasado tres años después de la primera alarma, originada en la propia provincia donde se detectó la plaga.

Dos meses y nueve días después del toque de diana en el diario, el domingo 21 de enero de 2018, la misma sección publicaba la respuesta al campesino, de Daniel Portela Paneque, delegado de la Agricultura en Arroyo Naranjo. Argumentaba el funcionario (y la sección lo parafrasea) que “a partir de la confirmación de la presencia del CGA en ese municipio, por orientación de la Dirección Nacional de Sanidad Vegetal, se activó el puesto de mando de la Defensa Civil de ese territorio para adoptar medidas orientadas a la contención de esa especie. Se creó la Comisión de Enfrentamiento al caracol, integrada por Sanidad Vegetal, Higiene y Epidemiología, el CITMA y delegados de consejos populares. Y en esa comisión se evalúa semanalmente el impacto de esa plaga en los asentamientos poblacionales y áreas agrícolas”.

Detallaba asimismo el directivo sobre acciones de capacitación a productores agrícolas, delegados del Poder Popular, coordinadores de las diferentes organizaciones de masas y representantes de la campaña antivectorial y de Higiene y Epidemiología en el municipio; audiencias sanitarias para la población en varios Consejos Populares; y “la decisión, por la Dirección Nacional de Sanidad Vegetal, previa consulta con el Ministro de la Agricultura, de comenzar a aplicar un molusquicida, tomando como área piloto el usufructo de José Antonio y otras fincas aledañas. Ya en estos momentos están en el proceso de aplicación, validación e información al MINAG…”.

Cinco meses más tarde, en mayo de 2018, los reporteros de la revista Juventud Técnica Yanel Blanco Miranda y Claudia Alemañy Castilla, en un extenso trabajo ya citado sobre el usurpador africano, volvían tras la pista de José Antonio Cruz:

“Aquí estuvieron Conrado Cruz [Magdariaga, jefe del Departamento de Protección de Plantas de la Dirección de Sanidad Vegetal perteneciente al MINAG] y Julio Piedrahita. Observaron cómo estaba el problema del caracol y nos dieron una muestra de un producto traído al país. Después regresaron para ver si había sido eficaz y tomaron fotos. La última vez que vinieron fue el 29 de diciembre del año pasado’, refiere [José Antonio] Couto”.

Este 10 de julio, Periodismo de Barrio logró conversar telefónicamente con Couto, como suelen llamar a este habanero. El hombre, que no utiliza más palabras de las precisas para decir lo que piensa, afirmó: “A mi finca no ha venido más nadie”. Después de la carta que salió en Juventud Rebelde y el reportaje de Juventud Técnica, el tema, al parecer, volvió a engavetarse y a convivir con el caracol se ha dicho.

El ingeniero en Telecomunicaciones, formado en la disciplina de las escuelas militares (Camilitos), narra que se molestó mucho cuando en la respuesta que dieron al diario de la Unión de Jóvenes Comunistas luego de su misiva, se habló de un “puesto de mando” y “medidas” y “acciones”.

“Lo que sí nos mandaron hacer desde el inicio fue a controlarlo manualmente, quemándolo, enterrándolo, echándole sal… Pero así no hay quien pueda. No hay fuerza humana capaz de todos los días eliminar manualmente cientos de esos animales. Tampoco hay suficiente sal, ni guantes, ni otros medios. Fíjese que yo tenía un trabajador que le daba la tarea diariamente y ya se escondía para no hacerla. Y no estamos hablando solo de mi finca, había vecinos por acá que tenían 10 tanques de 55 galones llenos de esos bichos”.

“Yo tengo unas matas de manga blanca. Y hay que verlos abrazados allá arriba a las mangas. También está el problema de que, cuando llueve, un río (más bien una zanja caudalosa) que pasa por aquí los arrastra y los riega por otros territorios. Y siguen multiplicándose”.

Al preguntarle por el método que están usando para controlarlos, el agricultor explica: “Lo último que venimos probando hace unos cinco meses es la picadura de tabaco. En fábricas de tabaco nos han conseguido cantidades de residuos y los hemos usado como barreras al borde de los cultivos. Cuando ellos les vienen encima a las plantas para alimentarse, se quedan pegados en la ‘tabaquina’ esa. Y ahí se mueren. A veces hasta da la sensación de que se acabaron, pero nada, pasan un tiempo, cae un agua y ya los ves de nuevo. Además, es una plaga, si yo los elimino en mi finca y tres fincas más allá no se controlan, el problema jamás se resuelve”.

¿Fue efectivo el molusquicida que le dieron a raíz de su queja pública?, preguntamos.“Buenísimo. Lo que pasa es que solo me entregaron unas pequeñas muestras, unos 100 gramos. Después volvieron, comprobaron el efecto que había tenido y nunca más me suministraron. Al parecer es caro y el país no ha podido adquirirlo”.

Militante del Partido Comunista de Cuba y trabajador del Taller provincial de Electromedicina, José Antonio cuenta que la finca donde construyó su vivienda era de sus abuelos, después pasó a sus padres y finalmente la ha trabajado él, que ya tiene 57 años. Y aquí siembra frutales, flores y otros cultivos. Un día, evoca, dejó una caja de guayabas recién recogidas en el campo, y a la mañana siguiente, cuando fue a buscarlas, se las habían devorado los malditos caracoles. “Ellos les dan como un beso así con la baba y las van corroyendo”, ilustra.

Una vez, después de ver el éxito del molusquicida, consiguió un poco de “FICAN 80”, un veneno con cierto prestigio para combatir plagas, “pero qué va, tenían que estar los caracoles ahí mismo en el momento de echárselos, porque dispersarlo para que después hiciera efecto era por gusto”.

Incontenible en La Habana

Actualmente, existen reportes de esta especie en 13 provincias del país y en el municipio especial Isla de la Juventud, excepto en Guantánamo y Cienfuegos (Foto: Hitchman Powell Escalona).

Bajo el título “¿Una batalla sin fin?”, la revista cubana sobre animales El Arca, en su número 26, de marzo de 2019, publicó una extensa entrevista de Hitchman Powell Escalona a la MSc. María Beatriz Bianchi Calera, subdirectora técnica del Gran Parque Metropolitano de La Habana.

Lo que parecía en 2014 un caso aislado –sostenía la especialista en dicho diálogo–, en 2015 disparó las alarmas, pues se detectaron cientos de miles de ejemplares en el Bosque de La Habana, el cual se extiende desde el río Almendares hasta el puente de Piedra. Al eliminarlo de esa zona, se halló en 2016 una población aún mayor en el Parque Forestal, que continúa reproduciéndose.

En aquel momento (2015), comenzó la captura de forma manual de la especie y el enterramiento e incineración por parte de los trabajadores del Bosque, “junto a guardabosques y trabajadores de Sanidad Vegetal del municipio Playa y de la provincia de lunes a viernes de cada semana, en el horario de 6 a 9 a.m.”, apuntaba Bianchi Calera. Y acotaba que ese ecosistema era favorable a los controladores y difícil para los moluscos, “pues dos barreras geográficas atentan contra su desarrollo biológico: el río y la carretera. Además, presenta posibles depredadores como hurones, garzas, aura tiñosas y cangrejos”. Pero en el Parque Forestal (desde la Ciclovía hasta Boyeros), la historia fue bien distinta.

En ese momento se sumó Sanidad Vegetal, Bioseguridad, el IPK y la Defensa Civil, sin embargo, la tarea no pudo cerrarse con éxito, comentaba la especialista. “Desde entonces trabajamos en la zona y, aunque hemos empleado la misma metodología, no se ha logrado desterrarlos. […] Se trata de un bosque de 21 hectáreas con un sotobosque bien conformado y un suelo con capa vegetal muy alta. Además, no existen barreras geográficas ni especies que puedan depredarlo”.

El IPK y Sanidad Vegetal, según Bianchi Calera, han elaborado productos químicos que han sido eficientes para aniquilar en laboratorios, porque allí los moluscos no tienen adónde huir. Mas en el terreno no han sido efectivos: “Cuando les hemos colocado los productos en cuadrículas, los examinan y se alejan a otro sitio”.

Opciones como el aserrín esparcido para limitar la locomoción del molusco (y por ende matarlo de hambre) o el agua jabonosa o la sal no pueden aplicarlas en el Parque de La Habana. El arrojo de aserrín está prohibido en la época de incendios forestales, y el agua jabonosa y la sal afectan el PH del suelo y pueden dañar a otras especies que habitan en el ecosistema. Tampoco es factible pintar los troncos de los árboles con cal. Hacerlo sería perder tiempo, porque los invasores trepan en ocasiones hasta 5 y 6 metros, y no puede pintarse un árbol entero, aseveró la Máster en Ciencias al reportero.

“Llevamos más de 4 años destruyendo más de 5 000 caracoles diarios, en dependencia de la temporada (lluvia o seca). Se ha planteado a niveles superiores la necesidad de ampliar el personal para lograr un efecto mayor, pero aún no hay respuesta práctica. Mientras más capturamos, más aparecen, porque no combatimos todos los moluscos a la vez, lo que da pie a que se propaguen. A veces da la impresión de que estamos arando en el mar… Pero no es así, porque sin nuestro esfuerzo, […] ya estuviera a nivel de las viviendas y hubiera personas afectadas”, concluía la subdirectora técnica.

Un mes antes (5 de febrero) el diario Granma, en el ya mencionado texto “Invasión del Caracol Gigante Africano, ¿acabó?”, colocó como cierre del material esta opinión del Dr.C. Antonio Alejandro Vázquez Perera: “El miedo a tocar el animal puede entorpecer el control y permitir su propagación. Sin embargo, se deben tomar las medidas higiénico-sanitarias que eviten una infección parasitaria accidental (lavado de las manos y no ingestión de moluscos crudos o vegetales sin lavar)”. Una de las fotos que acompañaba la entrevista, cortesía del IPK, mostraba una mano desnuda sosteniendo un ejemplar del baboso visitante.

Sí hay que crear alarmas

El medio periodístico que tal vez con más sistematicidad y previsión ha abordado en el país el fenómeno CGA es Guardabosques, plataforma digital alternativa perteneciente a la organización ecologista autónoma del mismo nombre que defiende los derechos ambientales, diseña y participa acciones de reforestación y educación ambiental desde hace casi una década. Con su líder, el biólogo, poeta y activista social Isbel Díaz Torres, conversó Periodismo de Barrio.

“Ha habido una gran irresponsabilidad –asevera rotundo Isbel–. Han pasado cinco años para que el Gobierno se decida a abordar el tema de manera un poco más profunda. Solamente esa tardanza demuestra la irresponsabilidad. Trabajé dos años en el Instituto de Investigaciones de Sanidad Vegetal. Sé que ellos tienen un sistema de alerta temprana para este tipo de acontecimientos, de introducción de especies exóticas en la Isla. O sea, que debía estar preparada la nación al respecto. Eso no funcionó de ninguna manera.

”Una situación que pudo haberse contenido, que pudo atajarse a tiempo cuando estaba microlocalizado en ciertas zonas de La Habana, se dejó correr y ya es un problema a nivel nacional, sin que se tenga una estrategia real del país al respecto. No sabemos cómo el MINAG va a atacar esa plaga. ¿Van a utilizar molusquicidas orgánicos? ¿Algún tipo de químico? ¿Control biológico? En fin… No sabemos”.

“En varios países –dice el ambientalista– hay un involucramiento y coordinación del Estado y Gobierno y la Sociedad Civil para atacar el problema. Yo no estoy pretendiendo o exigiendo que el Gobierno cubano, solo, resuelva el problema, pero sí tenía el deber de mantener una postura pública al respecto, divulgar oportunamente, trabajar en los aspectos de educación ambiental que le corresponden. Y no que se aparezca ahora, cinco años después, diciendo que hay unos plegables en el Ministerio de Educación; lo cual, por cierto, es casi un chiste, porque de las escuelas en Lawton han venido a vernos a nosotros para que demos charlas educativas a los estudiantes”.

Destaca Isbel que para colmo de males se trata de una especie muy atractiva desde el punto de vista visual: “Los niños tienden enseguida a cogerlo. El primer día que salí con volantes sobre el caracol por Lawton, un niño me dijo: ‘Ah, pero yo tengo cantidad de esos en mi casa, yo los colecciono’. Un pequeño que no llegaba a 10 años de edad. ¿Por qué hemos llegado a ese punto de riesgo?

”Hay que informar. Hay que comunicar de forma transparente. Mira, volviendo a Lawton, donde habitualmente trabaja Guardabosques, tenemos la satisfacción de que, de forma general, la gente sabe a lo que se enfrenta, antes de que llegara a la televisión cubana. Siempre hay quien dice disparates: que si es una especie venenosa así y asao, que si lo tocas te mueres, o los viejitos en las colas que si vieron uno de no sé qué tamaño, enorme, terrible… Pero tienen al menos percepción del riesgo, que es lo más importante. Y eso se logró, solamente, con unas sencillas acciones de divulgación. ¿Cuánto más se podría hacer desde el punto de vista estatal?”.

Por supuesto que el tema CGA va más allá del CGA y el activista lo señala sin cortapisas: “En Cuba tenemos una institucionalidad que trabaja bastante mal. Lo digo, con dolor, desde mi experiencia al interior de instituciones científicas, donde a veces, tristemente, se llega hasta a ‘moldear’ los datos para satisfacer una determinada expectativa del Gobierno o de no ‘levantar alarmas’ como dicen ellos.

”Desde Guardabosques pensamos que sí hay que crear alarmas, porque estas constituyen un método de defensa ante los problemas. Y este es un problema grave. Cuando ves la experiencia de otras naciones mejor organizadas institucionalmente que la nuestra, con recursos económicos a su disposición que Cuba no posee, y no les ha sido nada sencillo lidiar con esta plaga, uno puede imaginar lo que se avecina aquí.

”El país llegó tarde a atajar el asunto. Y con esta institucionalidad tan frágil que tenemos, lo más probable es que las personas no hagan caso, vean a la especie como algo cotidiano –algunos la usan tranquilamente como carnada para pescar, en el campo, sobre todo–…Y así, por ese camino, la gente quizá no tome realmente consciencia del asunto hasta que no haya muertos.

Si quedan tres, el problema sigue

Entre los métodos establecidos y divulgados para la eliminación del caracol gigante africano se encuentran: echar sal o cal a los moluscos, destruirlos mecánicamente, incinerarlos y/o enterrarlos. No obstante, ninguno de ellos ha garantizado hasta el momento una eficiente eliminación masiva (Foto: Hitchman Powell Escalona).

“¿Cómo resolver el problema? ¿Qué (no) hacer con los caracoles?”, se preguntaba un texto periodístico de BBC Mundo el 16 abril de 2013. En el artículo se citaba la opinión de Rob Cowie, profesor de la Universidad de Hawaii que ha dedicado más de 20 años a estudiar moluscos: “Yo diría que el peor problema con el caracol gigante africano no es el caracol mismo sino las cosas que la gente hace para intentar controlarlo”.

A continuación el texto reseñaba algunos de los métodos empleados en distintos países y momentos:

Introducir una especie nueva. El caracol carnívoro Euglandina rosea y un tipo de platelminto de Nueva Guinea han sido introducidos para tratar de combatir al caracol africano terrestre, sin embargo ambas criaturas son más destructivas que los caracoles y su impacto en la plaga es limitada [sic]”.

Destruir el campo. El caracol Theba pisana fue erradicado de California a principios del siglo XX con lanzallamas. Una opción poco popular entre los ecologistas”.

Matar a los caracoles con carnada. Este es el método que se usa en Florida, con fosfato de hierro, muy similar a lo que los jardineros usan para proteger la lechuga. Es un método que puede matar a caracoles nativos también”.

“A mano. En Colombia los tratamientos químicos no son populares así que a los caracoles los recogen a mano, los congelan y los incineran. En áreas remotas los entierran en cal”.

“El problema con cualquier programa de erradicación es lograr eliminar al último”, sostenía el investigador estadounidense. Y sentenciaba: “Uno puede deshacerse de un millón de caracoles pero si quedan tres, el problema sigue vivo”. Apenas comienzan a verse por estos días los primeros spots informativo/educativos en la televisión cubana alertando del CGA. El problema no solo está vivo, sino que goza de excelente salud.

Sobre el autor

Jesús Arencibia Lorenzo

Pinar del Río (1982). Periodista. Máster en Ciencias de la Comunicación. Profesor en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana (2006-2018). Columnista del periódico 'Juventud Rebelde' (2007-2018). Ha recibido premios periodísticos y literarios en concursos cubanos. Compiló, junto a Miriam Rodríguez Betancourt, el libro 'Pablo de la Torriente Brau. Pasión de contar' (2014). En 2018 publicó el volumen de crónicas 'A la vuelta de la esquina' (Ediciones Loynaz) y en 2019 el libro de entrevistas 'La culpa es del que no enamora. Claves de Periodismo y Comunicación desde América Latina' (Ocean Sur).

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