Los ojos de Yainelis querían salir volando de sus órbitas como las tejas del Teatro Guiñol o de las casas cercanas a la Plaza San Juan de Dios. Pero el asombro no la petrificó, como a quienes la rodeaban. Celular en mano, salió a cazar el tornado. De niña, en Nuevitas, llevaba un diario del estado del tiempo. Hace unos años estuvo en el mar cerca de dos trombas marinas y en 2008 el huracán Ike la lanzó, junto a su familia, hacia una pared de la sala, mientras forcejeaban por salvar la puerta del apartamento.

No obstante, para ella el tornado del 29 de agosto de 2017 en Camagüey fue lo más impresionante. “¡Surgió de la nada, ni siquiera estaba lloviendo! Me decidí a buscar el teléfono cuando vi un bando de palomas que quería ajar y el viento no lo dejaba”, cuenta Yainelis. “Cuando volví a la calle las tejas volaban como papeles”.

A Yanel Hernández Prieto, un joven artista de la plástica, apenas le dio tiempo cerrar la puerta de su casa-taller. “Sería un poco más de las 6:00 p.m. Noté un calor muy intenso y fuertes ráfagas de viento en mi patio. Cuando salí a la calle vi el tornado. Entré, cerré todo y en lo único que pensé fue en resguardar la vida. Era el segundo que veía en mi vida. Hace un mes, por la carretera de Florida, vi uno en el campo, pero en la ciudad impresiona mucho más”.

A unas cuadras de la concurrida San Juan de Dios, Georgina Vergel Aguilar vio cómo el viento levantó todo el techo de la casa de la esquina. “¡Menos mal que está deshabitada! Los trabajadores de la Empresa Eléctrica trabajaron hasta por la madrugada para bajarlo del tendido eléctrico. Yo estaba tranquila porque mi cubierta, aunque es de zinc, el albañil y el soldador la fijaron a las paredes de mampostería”.

En el casco histórico, donde el tornado sorprendió, el huracán Irma no pilló a nadie desprevenido. Y es que de ciclones se conoce en la Isla, de tornados no tanto.

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Tornado en Camaguey

Tornado en Camagüey (Foto: Cortesía de los entrevistados)

“Rabo de nube se le dice en Cuba a una nube de embudo que se forma debajo de ciertos cumulonimbos de tormenta, y hay que hablar de tornado cuando toca tierra”, explica Roger Rivero Vega, investigador del Centro Meteorológico de Camagüey y miembro del Grupo Nacional de Clima. “Las trayectorias pueden no ser continuas, puede levantarse del suelo y luego volver a él, y también puede darse más de un tornado debajo de una misma nube”.

En el Atlas de Camagüey, de 1989, Rivero escribió: “La ciudad de Camagüey posee la peculiaridad de ser la ciudad grande más afectada por tormentas en la historia de Cuba, habiendo sido azotada su periferia por 6 tornados en los últimos 12 años”.

“Al haber un tornado debe hacerse un estudio del recorrido, analizando todo tipo de daño y recibiendo información de todos aquellos que lo vieron desarrollarse. Ahora no se pudo hacer, y es cada vez más difícil por la disponibilidad de transporte. Es contraproducente. En la técnica de radares sí hemos avanzado, pero hoy el Instituto no tiene una línea de estudio para los tornados. Desde 1995 yo estoy casi enteramente dedicado al cambio climático y era el único que investigaba sobre tornados en Camagüey”, asegura Roger Rivero.

Distinguido a nivel internacional y conferencista en varios países, este lugareño de 73 años lleva una bitácora mental de los tornados que han castigado a la Ciudad de los Tinajones durante décadas. Recuerda uno que arrancó los techos del Teatro Principal y del comedor de la escuela José Luis Tassende, y rompió las vidrieras de Coppelia; el 20 de mayo de 1981, otro acabó en el reparto de La Zambrana y los talleres del Ferrocarril; y hubo otro, el 2 de junio de 1988, que acabó con tres aviones MiG-21 que estaban en la pista del aeropuerto.

“Los tornados en Cuba no se pronostican. El especialista puede tener la convicción de que todas las condiciones son propicias para que ese día ocurra un tornado, pero no existen suficientes elementos para localizar el lugar donde va a ocurrir. Habría que dar la alerta para un área muy grande, y la mayoría de las personas estarían esperando ver un tornado y no lo verían porque se trata de un fenómeno altamente localizado”.

—Y si nadie me avisa, ¿cómo me preparo?

—Si ya estás viendo el tornado, procura desconectar todos los equipos eléctricos y apartarte de su trayectoria. En el centro de ellos ocurren presiones más bajas que las de los ciclones tropicales, eso significa que cuando un tornado pasa por encima de una casa cerrada la presión afuera es más baja que adentro y la vivienda tiende a explotar, pues el aire que está adentro, que tiene una presión más alta, empuja las paredes y los techos hacia afuera.

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Afectaciones en las viviendas por el tornado

Afectaciones en las viviendas por el tornado (Foto: Rogelio Serrano)

Por ningún medio de comunicación local se hace campaña a fin de preparar a los camagüeyanos para un tornado. Ni un spot, ni trabajos periodísticos con cierta frecuencia, nada los educa. “Con los huracanes pasa diferente, uno está prevenido, pero el tornado se formó de momento”, dice Idalia Andreu Frómeta. Para ella, Irma no fue la gran cosa, debido a su casa de mampostería, en cambio la fuerza inusitada del tornado sí fue una mala noticia. A sus 69 años, en el pasillo de su propia casa, acabó presa del ímpetu del viento, que terminó por llevarle toallas y ropas y por romperle tres ventanas. “Si no me aguanto duro de las rejas me lleva. Gracias a un vecino que apareció y me sujetó el refrigerador que tengo en el comedor, porque no creyó en el tamaño del frío. Lo quería virar. Fíjese si estuvo feo que la sobrecama del primer cuarto, que estaba cerrado, la hizo un nudo arriba de la cama. Y aquí no pasó más porque tengo placa, pero al vecino le llevó tejas del techo”.

José, otro vecino, no quiere hablar. “Si fuera a resolver algo…”.

Por la casa de esta gente, en la calle conocida como Astillero, no pasó nadie del Gobierno a preguntar por los estragos del tornado. Ahora, si José quisiera conseguir las tejas que se llevó el tornado, podría achacárselas a los embates de Irma.

En el mismo centro histórico de la ciudad, a unas pocas cuadras de Idalia y José, en el Teatro Guiñol, el cerramento de madera cedió ante el tornado, que arrancó tejas y dejó otras rotas, como las de la sala de audio; torció y desoldó los purlings, quemó cables, levantó el falso techo. “Tuvimos pérdidas hasta en la documentación”, declara Fernando Agüero Miranda, el administrador, que, sorprendido, acudió al Guiñol ante un mensaje del director, quien llamó a una vecina para decirle que “el teatro se estaba acabando”. “Vivo a poco más de un kilómetro de aquí”, dice Fernando. “Vine a pie, no se sentía viento ni nada. Cuando estaba como a tres cuadras fue que sentí el viento más fuerte, vi un techo sobre los postes y un vecino me dijo: ‘Oye, tu techo es aquel’. Enseguida reconocí las tejas pintadas de rojo del preservo. Cuando llegué, vi el cartel desbaratado, ladrillos por el piso y tejas en la tienda, una todavía está encajada en el cuarto de la casa del vecino del frente”.

Irma descompuso otro tanto. Pero el Teatro se ve. Artes Escénicas cuantifica los recursos para enmendar la pérdida, Cultura gestiona personal para acometer lo antes posible la reparación. En cambio, a las afueras de la ciudad, golpeados por el tornado y el ciclón más poderoso del Atlántico, los pobres esperan que alguien los vea.

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Una veintena de viviendas y el recién remozado Teatro Guiñol, este fue el informe de la afectación ofrecido por Televisión Camagüey a los noticiarios nacionales tras el paso del tornado. Nada más sucinto a juzgar por la desgracia que viven los vecinos del periférico reparto Nuevo Venezuela, cercano a la fábrica de conserva de vegetales El Mambí, también obviada en el reporte audiovisual.

La industria perdió 582 tejas. Ese daño se valora en 30 000 CUP, según afirmó José Molina Álvarez, jefe de producción de la Unidad Empresarial de Base Conserva Camagüey. “Seis fueron los locales afectados, casi todos oficinas. El área de producción no sufrió daños”, dijo Molina.

Del estruendo de las tejas de El Mambí, Mario Ernesto Rodríguez Pérez no se olvidará nunca. Los custodios de la industria le dijeron que se tiraron al suelo por miedo a perder la cabeza. Mario y su mamá, Miviam Pérez Pérez, tuvieron semejante impulso y peor suerte: no quedó una teja de fibrocemento que cobijara.

“Usted es la única persona que se ha aparecido aquí”, me dice Miviam, trabajadora del Instituto Nacional de la Reserva Estatal. “A las 7:00 a.m. llamé al coronel y me prestaron una lona, con eso resolvimos hasta que oímos del ciclón. Vinieron de mi trabajo, se llevaron la lona, mi hijo y yo nos fuimos para la casa de un pariente con lo que pudimos cargar. De regreso, otra vez la ayuda vino del trabajo, me dieron unas tejas viejas y con eso armamos la casa, que ahora es más chiquita, porque no había techo para más.
Aprovechamos las tablas que mejor quedaron después del ciclón”.

“Esta zona no está en el mapa”. Las palabras de Pedro Luis Hernández Martínez son saetas. Él no se sabe muy bien su dirección, porque es nuevo aquí, como todos, e ilegal, como todos. “Lo único que sé es que si no compro las tejas nadie me va a dar nada. Mi pérdida fue de unos 300 CUP en tejas, porque eran de las de cartón, las infinitas, aquí le decimos tejas prietas; se consiguen a 25 CUP cada una, de contrabando. Pero hay quien ha perdido mucho más”.

A unas casas de Pedro vive Norly Aguilar Meriño, un policía de 29 años. El día del tornado estaba trabajando. “En la delegación mi jefe me avisó de que mi casa no tenía techo. Qué golpe: cuando llegué se me salieron las lágrimas y le di unos piñazos a la pared para apaciguar el dolor”. Ante la amenaza de Irma amarró el techo con alambres y lo preservó.

El reparto Nuevo Venezuela es reciente y posee aceras, calles pavimentadas y casas de mampostería. Entre los límites de tal urbanización y casi hasta la línea central del Ferrocarril, varias personas como Norly se asentaron de manera ilegal. Según las observaciones de Rivero Vega, de allí, “del oeste de la ciudad, han venido varios tornados. En Camagüey, una causa de tanto tornado es la convergencia de los vientos del Este, que, fortalecidos por la brisa de la costa Norte, avanzan hacia el interior de la provincia, que recibe la influencia de los vientos de la costa Sur, y ambas masas chocan, y el aire tiende a ascender. Todo está casi listo para un tornado”.

Cuando Anysleidi Arias Gutiérrez decidió dejar La Larga, comunidad rural del municipio de Florida, en lo único que pensaba era en quitarse de encima los 100 CUP mensuales en coche que pagaba para que su hijo de 10 años pudiera trasladarse a la escuela rural más cercana, a ocho kilómetros de distancia. Todos los días salía a las 6:00 a.m. y volvía 12 horas más tarde. Llevaba una vida de sobresalto, por el niño. Pero el susto más grande de sus 28 años fue el tornado. “Nos metimos debajo de la cama. Cuando salimos, notamos que nos había llevado un bajante y partido una viga, ¡fue terrible! Y entonces, para rematar, el ciclón. Todo sigue igual, no nos dio tiempo a recuperarnos y no sabemos ni adónde ir para aunque sea comprar las tejas. Por aquí ni siquiera han pasado para evaluar los daños”.

A Rolando Carmenate Consuegra el tornado le torció la casa al punto de que con su mano podía mover las paredes. “El tornado me viró la casa, me llevó el caballete y el techo del cuarto de desahogo y partió los horcones del frente. Apenas pude acotejar un poco y vino el ciclón. Lo criminal es que por aquí ni pasaron evacuando ni nada, con la cantidad de niños que hay en esta zona”. Irma le encorvó más la casa, y multiplicó los agujeros en el techo. Ahora Rolando y su esposa se las ingenian con pedazos de nailon para guarecer a su hijo de seis meses de las goteras.

Rolando y otros vecinos pasaron el ciclón en casas deshabitadas de los vecinos legales. Desde el confort de la mampostería veían cómo Irma despeinaba sus casas, cómo las retorcía a su antojo.

El episodio del tornado le bastó a Ramón Reynier Almanza Díaz para buscar refugio en casa de familiares cuando supieron de Irma. Solo el candado en la puerta resguarda desde entonces la casa de tejas removidas que dejó el huracán.

Su pequeña casa de tablas y techo de tejas fue toda pánico el día del tornado. “Lo vi arrasando en El Mambí y nada más me dio por decirle a mi esposa: ‘Escóndete’. Cerramos bien la casa, nos sentamos en la puerta del armario y metimos las niñas adentro, llorando. La más grande tiene tres años y la chiquita un año y medio. Ahora, pueden estar jugando afuera, que nada más oyen un trueno vienen corriendo”.

A Ramón el espanto todavía lo domina: “Yo digo que cogió por el medio de la casa La vigueta aquella me la arrancó de cuajo. Tenía algunas tejas que eran para el techo de la cuadra de la yegua, y las puse aquí ese mismo día para poder dormir. Todo el techo está lleno de parches. Le pagué a un tractorista para que halara la casa y me la enderezara. Después el vecino me ayudó a llevar los colchones para la casa del frente, porque empezó a llover. Mi mujer está loca por irse de aquí, pero no tenemos dinero, ¿adónde nos vamos a ir?”.

Ramón tiene 26 años y un carretón para enfrentar la tormenta permanente que es ahora su vida después del tornado y el ciclón.

Para quienes lo vieron en la TV, el tornado fue algo triste, curioso, pasajero, lejano. Los noticieros no llegaron entonces a los sin techo como Miviam o a los que ven el trauma en sus hijos como Ramón. Ahora es igual, en los medios no se para de hablar del impacto del huracán Irma y de los esfuerzos del pueblo y del Gobierno en la recuperación. Nada se dice de los que estuvieron abandonados a su suerte como Rolando y su pequeño. Para ellos, los que no salen en las noticias, Irma será siempre el colmo del período más turbio de sus vidas, que empezó el 29 de agosto de 2017 en la ciudad de los tornados.

Sobre el autor

Rogelio Serrano Pérez

Licenciado en Periodismo por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas (2010). Redactor reportero en el periódico 'Adelante'. Profesor en el Instituto Vocacional de Ciencias Exactas “Máximo Gómez Báez” de Camagüey. Ha colaborado con 'OnCuba Magazine' y 'elTOQUE'. Actualmente cursa una maestría en dirección y un doctorado en administración, ambos en la Universidad de Camagüey.

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