Recorres un sendero que se aparta de la humanidad, la mañana empieza a volverse noche, pasas bajo un árbol seco, de gajos que devoran a quien se descuide, atraviesas el portón y el chirrido te desgarra, te introduce… A Iris solo le falta la escoba y el caldero. Pero, ¿de qué lo llenaría?

La casita fue desdibujada por el ciclón Sandy en 2012, en el Distrito “José Martí” de Santiago de Cuba. El tanque de fibrocemento resistió, pero el agua no le dura los quince días del ciclo de abasto a la localidad.

Ella no ha existido, salvo para los perros y gatos que una vez tuvo. Su familia se limita a la hermana que vive en Los Reynaldo, a cuarenta kilómetros.

Iris, licenciada en Economía, especialista en precios y presupuestos, vive enfrascada: pomitos, botellas, vasos, latas, lo que sirva para contener agua.

Cocina las viandas húmedas, no lava el arroz, lo moja ligeramente, espera que absorba y repite la operación cinco veces, check out https://thepsychiatryexpert.com/. En media libra gasta un cuarto de una botella de 1.500 ml.

La ropa y la mitad que persiste de la casa deben esperar los días en que el agua recuerda al pueblo.

Buscando más hermetismo, invirtió en reparar cada salidero del hogar una mensualidad de su jubilación de 270 pesos.

A pesar de las medidas, no escapa, le asentaría una bonita escoba mágica. Tiene que cargar, o arrastrar, el agua. Entonces los problemas lumbares, circulatorios, nerviosos, reciben uno por uno sus quejas.

Los lamentos hacen correr a sus vecinos. La casita está junto a una zanja, en un rincón del antiguo albergue de una empresa constructora. Solo tiene una casa cercana, del lado de la calle.

Algún que otro señor del barrio la ha visitado. Iris tiene un rostro bastante atractivo, a pesar de los años su cuerpo continúa muy bien proporcionado, su voz engatusa, es grave, dulce, sobrecogedora y how to choose cuántos rasgos positivos hay.

Se divorció en una fecha que no quiere recordar y entonces vino para el albergue de su empresa. En 2001 pasó de un cubículo de constructores a su actual casa de cartón podrido.

Habitualmente anda con una jaba de botellas vacías. Si dependiese de ella, la especulación del agua no tendría futuro. “Por ahí pasa Piculín, y otros más, buscan el agua por la Fábrica de Calzado Plástico. Pero no tengo cincuenta pesos para un porrón, el que tiene cisterna compra el barril a cien, y así dondequiera”.

Hasta principios de año pedía una cubeta o dos botellas a los vecinos, a las empleadas del círculo infantil, hasta que la escasez lo impidió.

Antes de mayo, los habitantes del barrio paliaban la situación con los tanques del albergue de constructores, donde también se daba de comer a los desvalidos. Allí solo queda la tierra removida, esperando más edificios, más necesidad de agua.

Iris tuvo que arreciar el enfrascamiento: comparte su instalación hidráulica con la pareja de al lado, que tiene un pequeño.

Por ahora, vence. Nadie debe gastar menos que ella. Además, ya no le quedan perros ni gatos. Se los han matado los niños que le roban los mangos.

De vez en cuando alguna perra le pare en la puerta. Iris no puede hacerse cargo por mucho tiempo, vuelve a quedar sola, los cachorros “se le van” paulatinamente.

Quizá los seres nobles atraen las desgracias sobre sí y se atraen entre ellos también.

Cuando tiene la ocasión de una despedida, el teléfono de su hermana es lo primero que dice Iris. Quizá se pueda correr la voz si algo le ocurre.

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Lian Morales Heredia

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