Cuando en la madrugada del 4 de octubre el huracán Matthew se ensañó contra la provincia Guantánamo, Imías, a la izquierda del ojo de la tormenta, fue uno de los municipios que quedó dentro del rango de vientos extremos. Ubicado al sureste de la ciudad guantanamera, este es un territorio que parece inacabado: a medio camino entre la montaña y el mar, entre la sierra húmeda y el semidesierto cubano, entre las carreteras rectas y las peligrosas curvas en las montañas.

No genera demasiadas noticias. Imías es un sitio secundario dentro de la geografía nacional: sin grandes atractivos turísticos como Baracoa, sin posiciones estratégicas como Caimanera y sin ser la punta este del país como Maisí. Ni siquiera dentro de Guantánamo resulta de referencia: sexto en densidad poblacional, séptimo en población y extensión territorial, y octavo en cuanto a salario medio.

Pero cuando en la madrugada del 4 de octubre el huracán Matthew se ensañó contra Guantánamo, Imías resultó nítido en el mapa cubano.

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Subir hasta el viejo aeropuerto es conocer los recuerdos colectivos de una noche (Foto: Julio Batista)

Subir hasta el viejo aeropuerto es conocer los recuerdos colectivos de una noche (Foto: Julio Batista)

Tras el puente que divide Imías está Jesús Lores, el Consejo Popular más grande de los seis que componen este municipio, un sitio con 7.943 habitantes según el Anuario Estadístico de Cuba de 2015. Jesús Lores tiene un paisaje peculiar: montañas verde oscuro al fondo, suelo reseco y pedregoso, un solo bloque de edificios altos y muchas casas de cubierta ligera (tejas).

En Jesús Lores hay un aeropuerto que dista bastante de la imagen que se tiene de uno. Antes de 1959, en la pista allanada de tierra, sobre la loma, aterrizaban pequeños aviones militares; pero hace muchos años que el sitio no es más que un desierto arenoso de rocas oscuras. Aunque casi nadie ha visto un avión posarse allí, mantiene el nombre. Quienes se han asentado en esta zona viven en el aeropuerto. Esa es la dirección más exacta que pueden dar. Allá arriba solo crecen maleza y plantas espinosas, aunque Alfonso jure que, con agua, esta podría ser una tierra inmejorable.

Hace treinta años Alfonso llegó a la base de la montaña donde está el aeropuerto. Plantó su casa y vio a sus hijos construir en la ladera de esa misma elevación. Hoy tiene 71 años y todavía vive allí, con sus siete hijos y catorce nietos. En el barrio, a Alfonso le dicen Viejo.

Al borde del aeropuerto las casas han crecido sin demasiado orden, apenas con espacio para que dos personas pasen entre ellas. En la ladera de la loma, las viviendas conforman un enjambre, un panal de construcciones donde todos saben los nombres de sus vecinos y muchos son familia. En ese laberinto se requiere un guía. Si se intentara encontrar a alguien las direcciones formales no son una alternativa. Para caminar entre ellas no hay aceras. Para llegar hasta la cima tampoco hay pavimento. Pero cuando uno sube la loma descubre la historia de la noche del 4 de octubre. El aeropuerto es el lienzo de la memoria colectiva. Una fotografía del desastre.

Los hijos de Alfonso viven en las casitas de “arriba”, “detrás de” o “al lado de”. La ladera del aeropuerto de Jesús Lores está repleta de gente. Gente que se escondió donde pudo mientras Matthew se ensañaba con Imías, en las poquísimas casas de placa que hay en el barrio. Noelia Matos Laborí vive en una de ellas, “abajo”, cercana a la carretera. Esa noche el lugar se convirtió en un centro de evacuación para todos. Según Benancia, su hermana, había más de 30 personas. “Toda su familia”, confirmaría luego Noelia.

Eliudis Argüelles Díaz es vecino del mismo barrio. Junto a su esposa y su hija, vive encima de la casa de su suegra. Como su vivienda tiene cubierta ligera, esa noche bajaron a la casa de la abuela de la niña. A ellos el ciclón también les llevó parte del techo, y por el espacio abierto les mojó colchones y muebles. En sus 28 años de vida Eliudis nunca había visto algo así. “Esa noche fue feo, con el sonido de las tejas volando y los árboles cayéndose. Por aquí habían pasado ciclones, pero nunca como este, no con tanto viento”.

Un poco más arriba, a mitad del ascenso, habita Daniuska Gámez Robaina –nuera de Alfonso–, a quien Matthew le borró la mitad de las tejas. Tres habitaciones sin techo, dos colchones mojados y la falta de electricidad son su herencia personal del ciclón. Daniuska, su esposo, su hermana y un sobrino viven en la casa, a medio camino de la loma, entre el viejo aeropuerto y la nueva urbanización de Jesús Lores.

A pocos metros de la casa de Danisuka, Alfonso tiene un corralito con un solo puerco. Mientras el huracán soplaba sobre Jesús Lores, pensó que el pobre animal se ahogaría, que el marranito no aguantaría la tempestad. Cuando amaneció, en medio del destrozo, Alfonso descubriría que el puerquito, a diferencia de los techos, estaba en su sitio.

Meiry Gámez Mareiro tiene 18 años y 35 semanas de embarazo. Es una de las siete nietas de Alfonso y junto a sus padres vive en Palmarito, una de las comunidades rurales de Imías. Palmarito hasta el 11 de octubre estaba incomunicado, pero a Meiry, por su estado de gestación, la mandaron a buscar del policlínico antes del ciclón. “Nos comunicaron que las embarazadas con más de 30 semanas debían ingresar en Imías, pero cuando llegamos nos dijeron que si teníamos dónde parar no era necesario estuviéramos allí”. Al final, pasó el huracán en la ciudad de Guantánamo.

De su hogar tuvo noticias el lunes 10 de octubre a través de sus padres, que hicieron el camino hasta Jesús Lores a caballo para verla. Su vivienda solo tuvo problemas en el techo, pero “en la montaña el ciclón desbarató completas muchas casas”, cuenta. En Palmarito viven cerca de veinte familias. Ahora, según le dijeron sus padres, están viviendo hasta cinco familias en las casas que quedaron en mejores condiciones. Meiry tiene fecha de parto para noviembre. El miércoles 12 de octubre debía salir para el hospital de Baracoa. Su primer hijo será varón.

Cuando se termina de subir, al borde de la pista, el panorama empeora: los árboles marchitos por las ráfagas de viento, las palmas sin penacho, buena parte de las casas con los techos dañados. Yunieska Hernández Matos pasó el ciclón en la cima de la loma, junto a otras catorce personas, en una célula básica construida mediante un subsidio. En ese tramo del barrio era la única casa de placa. También fue la única que no tuvo daños aquella noche. Recuerda el sonido de “las cosas chocando contra la placa” y recuerda que “como a las 12 de la noche las ventanas soltaron las trabas que tenían puestas”. Pensó que en cualquier momento se las llevaba el viento. Pero eso no sucedió. En la cima, sin árboles u otras construcciones que la protegieran, la célula básica soportó los vientos de Matthew.

Yiley y su familia viven por ahora en las dos habitaciones que han podido techar (Foto: Julio Batista)

Yiley y su familia viven por ahora en las dos habitaciones que han podido techar (Foto: Julio Batista)

Sin embargo, también allá “arriba”, a Yiley Sánchez Frómeta y a su familia el huracán los dejó a la intemperie. Se evacuaron en los edificios, en la vivienda de un amigo de la familia. Al día siguiente del huracán encontraron que su casa había perdido parte de las paredes y casi todo el techo. Desde ese día su esposo y su hijo mayor tratan de reparar la vivienda. Cuando los entrevisto, viven en las dos habitaciones que han podido techar.

Aun así, ellos no son quienes peor están.

Yunieska, de bajada, señala unas ruinas. Son viejas paredes de tabla y techo de guano. Cuesta creer que antes fuera un lugar habitado. Pareciera que un dedo monstruoso hubiera presionado sobre aquella casa hasta quebrarla. Entre las rendijas de la madera rota se presume un interior de pobreza, de extrema humildad. Sus dueños no han regresado aún. Lo más probable es que no sepan lo que ha sucedido. Se dice en el barrio que los dueños están en el hospital, cuidando a un anciano que padece cáncer en estado terminal.

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Cuando Matthew abandonó el país, comenzó, formalmente, la fase de recuperación. La liderada por las instituciones públicas y la que la gente se tomó por su cuenta. A Imías llegaron una brigada de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) con 90 soldados y 140 movilizados, cuatro piperos (dos de Granma y dos de Villa Clara), 16 trabajadores de la brigada Prenstur, 17 de la ECOI de Holguín, cinco de la Brigada de la Vialidad de Santiago de Cuba y el personal de la Empresa Eléctrica de Guantánamo designado al territorio.

Los daños contabilizados hasta el 11 de octubre por la Asamblea Municipal del Poder Popular señalaban que el huracán derribó 168 postes eléctricos, 25 kilómetros de líneas, 98 transformadores y unas 4.000 acometidas. Además, afectó 39 escuelas y dos consultorios médicos fueron reportados con derrumbes totales.

La presidenta del Consejo de Defensa Municipal, Zenia Lores Méndez, confirmó a la prensa local que el territorio había sufrido “daños parciales o totales en más de la mitad de las 6.756 viviendas del municipio, la gran mayoría con afectaciones parciales de techo, 835 totales de cubierta, además de 612 derrumbes parciales y 496 totales”.

En la zona, además de las casas y los postes, Matthew dañó las redes hidráulicas. Destruyó 767 metros de tubería de diferente grosor en los acueductos de Río del Medio, San Ignacio, Los Calderos y Vega del Jobo. Por más de una semana las redes de abasto de las comunidades 14 de Noviembre, El Salado y El Guajacal –aunque sin afectaciones estructurales declaradas– no prestaron servicios debido a la falta de electricidad. Información ofrecida por la Asamblea Municipal confirma que, desde el día 19 de octubre, los 14 acueductos que brindan servicio en el territorio de Imías están restablecidos totalmente.

Sin embargo, en ese tiempo, en El Salado la falta de agua agravó los daños ocasionados por Matthew. Según Yuleisy Matos y Humberto Rodríguez la pipa llegaba con muy poca agua. En la semana siguiente a la catástrofe, el camión cisterna apenas apareció dos veces. Noelvis Matos Gámez, quien también vive en El Salado, cuenta que cada tarde montaba a la familia en su coche de caballo e iban hasta el río que separa a los consejos Populares de Imías y Jesús Lores. Allá se bañaban y, del mismo río, cargaban el agua que tomarían más tarde.

A Noelvis hubo algo, más allá del huracán y del agua, que le extrañó mucho. Al día siguiente de Matthew, un camión estatal vendió a la población de El Salado pollo a 20 pesos la libra, huevos a 1.10 y refresco Coracan (bolsitas) a 1.40. Hasta el martes 11 de octubre solo habían recibido las latas de sardinas que vendieron en la bodega a 1.75 pesos, normadas de acuerdo con el número de personas que viven en una casa.

Ese mismo día el periódico Venceremos reflejó que el Programa Mundial de Alimentos (PMA), en cooperación con las autoridades cubanas, iniciaría “la entrega de alimentos para cubrir las necesidades de 180.000 personas”. Junto a los alimentos llegarían también pastillas de cloración para el agua. Acorde con lo lo anunciado por el PMA, el respaldo a los afectados por Matthew se extendería por seis meses. El 15 de octubre arribó la ayuda prometida al oriente cubano, a través del aeropuerto de Santiago de Cuba.

El 19 de octubre la agencia de noticias EFE resaltaba que Cuba, además, recibía ayuda de varios países como Venezuela y Paquistán. A la solidaridad mundial se sumarían también las autoridades japonesas.

Por su parte, el gobierno nacional aprobó desde el 14 de octubre una disminución sustancial en los precios de 16 productos alimenticios, de aseo y uso en el hogar para favorecer la recuperación en los municipios más dañados. Con tal disposición, en Yateras, Imías, San Antonio del Sur, Baracoa y Maisí, y en las localidades holguineras de La Melba y Yamanigüey, se rebajó hasta un 80 por ciento los precios del arroz, los huevos, galletas saladas y dulces, azúcar crudo y refino, chícharo, el camprán (una especie de galleta dulce semidura) y las salchichas. Además de los alimentos, las modificaciones se extendían al detergente líquido, la legía de cloro, las velas, jabones, crema dental y frazadas de piso. Tales medidas estarán vigentes hasta el 14 de enero en esos territorios.

Entre el 5 y el 7 de octubre la Empresa Municipal de Comunales de Imías contabilizó 160 viajes, en los cuales fueron removidos cerca de 2.700 metros cúbicos de desechos sólidos. Cuatro días más tarde, todavía trabajaban áreas aledañas al centro del municipio con equipos pesados. Mas, en la periferia, restaba mucho por hacer.

Flora Matos Cobas ha vivido en Jesús Lores desde hace 37 años. Su casa también sufrió daños aquella madrugada, cuando los gajos le rompieron tejas y dañaron una pared. Pero lo importante para ella es que todos están vivos. “Eso es lo principal”, cuenta aliviada en la sala de su vecina Benancia. “Ahora lo que hace falta es recuperarnos, sacar toda la basura de la calle para evitar epidemias. Con un camión que nos manden nosotros mismos la quitamos de la calle”, dice.

Rodeados por imágenes de ramas partidas y techos desvencijados, la gente del aeropuerto intentaba reconstruir sus vidas.

El 11 de octubre de 2016 en Jesús Lores hay un sol infernal, humedad y un silencio incómodo en la calle. Las personas no hablan en voz alta. No lloran. Para entonces, la basura, apilada por los vecinos dos días después del huracán, comenzaba a fundirse con el paisaje habitual. Allá, Adolfo y los suyos conviven con los destrozos en una digna armonía: al fin de cuentas, en el aeropuerto la gente mide sus daños en colchones, ropas y equipos mojados, en tejas faltantes; no en muertos. Y las tejas pueden reponerse.

Sobre el autor

Julio Batista Rodríguez

Melena del Sur, La Habana (1989). Periodista cubano, 29 años de edad. Desde 2015 forma parte del equipo fundador de 'Periodismo de Barrio', donde integra el Consejo Editorial y se desempeña como periodista. Recibió el Premio Iberoamericano de Periodismo Rey de España 2017 en la categoría de Periodismo Ambiental y Desarrollo Sostenible. Graduado de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana (2013). Cursó estudios en los postagrado internacional de Periodismo Deportivo (2014) y el de Periodismo Hipermedia (2015) en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Ha participado en eventos académicos y profesionales como el Foro de Periodismo Centroamericano (El Salvador, 2016), Taller para Periodistas Cubanos (Alemania, 2017) y el Congreso Internacional de Comunicación (La Habana, 2015). Como profesional laboró en el periódico 'Trabajadores' (Cuba, 2009-2016) y como asesor de programación del canal nacional de televisión Tele Rebelde (Cuba, 2014-2016). Además, ha publicado en las revistas 'Cubahora', 'OnCuba', 'Progreso Semanal', 'elTOQUE', 'Cuba Contemporánea', 'Postdata', 'Cuba Posible', el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, el periódico alemán 'Taz'. Actualmente se mantiene como colaborador de 'Radio Francia Internacional'.

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