Todos le llaman Paquito, porque entre amigos y vecinos pocas veces importan los apellidos. Sus 40 años los ha vivido en el mismo barrio, en la misma casa y con el mismo problema.

—Venga para que lo vea usted misma –me dijo hace poco–. Nosotros llevamos años pidiendo ayuda al delegado de la circunscripción y no hemos tenido respuesta. Ya no sabemos qué hacer. A ver si ahora que una periodista lo publica se resuelve algo.

El “algo” que Paquito quiere que se resuelva está en una zanja que colinda con su patio de Nueva Gerona, en la Isla de la Juventud, donde se agolpan desechos líquidos, sólidos e insectos. La zanja debía desembocar en el río Las Casas, pero se encuentra tupida por el mangle que crece en las orillas. Recorre cientos de metros desde Nueva Gerona y en ella convergen también las aguas albañales de decenas de hogares. Los vecinos afirman que atrae roedores y que contiene larvas de mosquitos. Y no es la única del municipio.

Pero la zanja es solo uno de los desencadenantes de un problema aún más grave. Las otras zanjas, la negligencia de los vecinos, el vertimiento de desechos industriales de las empresas, la ineficacia de los sistemas de tratamientos de residuales y el alcantarillado de la Isla han agravado la contaminación del río.

Cuando pasó el ciclón Gustav, en 2008, Las Casas inundó a los que habitaban en sus laderas. Según Paquito, en esa ocasión enfermó de leptospirosis. Félix González, un joven de veinte años que acostumbraba a pescar en sus riberas, tuvo un accidente con la red de pesca, tragó agua del torrente y contrajo cólera. En 2014, alrededor de 35 trabajadores de la Empresa Distribuidora de Combustibles fueron ingresados por la misma enfermedad. Alguien había abierto una válvula por equivocación y el agua de beber se infestó con la del río. Esta última se utilizaba solo para casos de incendios.

Otra vecina, Nereida, dice que a Las Casas van a parar “animales muertos, desechos albañales humanos y de cochiqueras… de todo. Este es un problema que afecta a toda la Isla de la Juventud y a los pobladores nos afecta más todavía porque este río colinda con muchos hogares”.

“Lo que hace falta es que nos ayuden al menos a limpiar la zanja”, dice Paquito, “que nos den los medios para nosotros mismos, los vecinos, hacer un trabajo voluntario, porque el bote que teníamos para eso nos lo quitaron”.

Paquito recuerda la época en que se bañaba y pescaba en el río junto a sus amigos. Desde que enfermó, no se atreve a meterse.

Sobre el autor

Camila Acosta

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