Isabel vive en el kilómetro uno del circuito sur, tiene 72 años y es sorda. Habita allí, lejos del centro histórico, a un costado de la carretera que llega a Cienfuegos, donde no pasan los turistas a tomar fotos, donde no hay hostales ni galerías ni bares ni folclore, donde a unos metros de la entrada, un cartel advierte que ya la ciudad acabó. Ese caserío de más de 30 hogares crece año tras año sin que nadie lo conecte a la red hidráulica que abastece al resto de la villa.

El ambiente es bucólico, apacible. Entre casas de mampostería y techos de zinc, se percibe el olor a corrales de carneros, cerdos y pollos. No hay asfalto en los caminos. Frente a las casas, se ve gente bullanguera y pueblerina. Se ven, también, cisternas con armaduras de ladrillo, como viejas bocas sedientas que salen de la tierra dispuestas a tragar mucha agua. Cisternas que son una habitación más de la vivienda; cisternas enormes de más de 800 litros; cisternas medianas y cisternas pequeñas. Para algunos, como Isabel, no hay cisternas.

Hasta allí, yendo y viniendo cada vez que se vacía, va a parar la única pipa que conocen todos en Circuito Sur. La pipa, a estas alturas, no les parece cosa extraordinaria. Tan adaptados están a vivir sin reconocer el sonido que produce el agua cuando llega a la pluma, que cuentan con un nivel pasmoso de conformidad el hecho de que aparezca cada quince días o más.

“El ciclo se ha estabilizado ahora. Pero en época de sequía suele tardarse más. Lo bueno es que la asignación de agua, al ser de esta forma, no nos la cobran. Esta es la ayuda que nos dan las autoridades”, dice Jorge Antonio Marín Perdomo, sobrino de Isabel, a quien todos conocen como El Negro. Cuando supo que construirían un pozo en los terrenos aledaños del caserío, El Negro fue hasta la sede del gobierno municipal para saber si beneficiaría a la comunidad. “Pero ya nos dijeron que ese pozo es para abastecer instalaciones turísticas”, interrumpe, con sobredosis de escepticismo, Dainery Marín, una de las hijas de El Negro.

A estas alturas no les queda reunión de rendición de cuentas del gobierno local donde protestar. Leyeron en la prensa, en 2012, sobre un proyecto de rehabilitación valorado en 1,7 millones de pesos para construir conductoras, explorar nuevas fuentes de abasto y construir pozos. Quizás ni siquiera saben que este año varios acuerdos con el Fondo OPEP de Desarrollo Internacional (OFID), una institución multilateral de financiamiento para el desarrollo, inyectará de capital el proyecto trinitario, según el sitio web del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba. En Circuito Sur, sin embargo, la pipa es la única certeza de agua.

Es jueves, hay calor, es julio. La pipa llega y se establece una suerte de cofradía fortuita. La gente sale de casa, avisa a los vecinos. Una mujer con su niño en brazos llama al marido y le dice que “ya está aquí”. Los hombres ayudan, el pipero también. Llenan hasta dejar saturado un hogar, dos si no es alta la demanda, para luego marcharse y regresar hasta satisfacer cada cisterna. Los vecinos deben esperar entonces dos semanas. Dos semanas en las que se calcula milimétricamente cada gota, por si la pipa se retrasa. Sobre todo Isabel, casi sorda, sin cisterna y con 72 años.

Sobre el autor

Luis Orlando León

Graduado de Periodismo por la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas (Santa Clara, Cuba, 2014). Egresado de los cursos de postgrado internacional Periodismo y Dinámicas de Población, y Taller de Técnicas Narrativas, por el Instituto Internacional de Periodismo “José Martí”. Redactor reportero de prensa en el semanario 'Vanguardia', de Villa Clara. Colaborador de la revista digital 'elTOQUE'. Ha obtenido primeros lugares en prensa escrita y digital en concursos provinciales de Villa Clara. Mención en Concurso Nacional de Periodismo Deportivo "José González Barros". Trabajos suyos han aparecido en revistas digitales e impresas como 'CubaSí', 'OnCuba', 'Tornapunta' y el diario nacional 'Juventud Rebelde'.

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