A Oyá Yansa.

Septiembre 23, 1987. Carmen entre Campanario y Tenerife. Centro Habana.

El pueblo se amontona en la calle.

Esas noticias nunca ocurren en Carmen. Por ahí no pisan botas ilustres que atraigan prensa.

Los balcones se desbordan de gente que quiere ver, que quiere ser vista en esos balcones. Balcones que son un truco, una baranda que sirve para asomarse, luz y aire, nada más.

Carmen es una de las tantas várices de una ciudad cansada. En pie. Milagrosamente en pie.

Al barrio lo acicalaron para la ocasión. Maquillaron edificios demacrados: despojaron sus fealdades con brochazos súbitos de pintura, como mimos compensatorios por falta de atención.

Hay que evitar desagradar con viejas verdades.

Los vecinos se ilusionan con la visita. Saben que nos les vienen a ver pero aprovechan. Viven en un lugar que será noticia y se cuelan en la noticia. Aunque luego no salgan en la prensa. Qué importa.

Una delegación ecuatoriana se encuentra presente. Una mujer que dirige el Instituto Nacional de la Niñez y la Familia de ese país. Vilma Espín, presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas, la acompaña.

En esa cuadra se inaugurará un círculo infantil por todo lo alto.

“El segundo de los 50 círculos infantiles que deben concluirse en la Ciudad de La Habana en lo que resta del año”, reportará un periódico.

Se llamará El Obrerito y será un símbolo. La inauguración será casi un exorcismo.

El periódico no lo dirá, pero el lugar donde se alza la instalación se conocía antes como Pueblo Embrujado.

Pueblo Embrujado fue una aldea paupérrima que heredó el gobierno revolucionario en 1959. Cuchitriles de tablas, cartones, puertas de tela y saco. Niños con barrigas infladas de parásitos. Un inframundo que subsistía traficando drogas, sexo y mercancías robadas. Atajo que empataba dos calles paralelas por donde nadie ajeno que se quería la vida cruzaba.

Hasta que un operativo de policías y tropas especiales desbarató todo aquello a finales de los setenta y dispersó a las familias en viviendas apartadas entre sí.

El terreno quedó desolado. Se puso un busto del General Antonio Maceo. Se celebraron actividades cederistas. Se sembraron árboles. Luego, un parque.

Casi una década más tarde: El Obrerito. Sanación espiritual definitiva. Por donde se veían salir personas destrozadas a machetazos, ahora se verán salir párvulos con sus madres trabajadoras.

“[…] un ejemplo de cómo puede darse una mejor utilización a aquellas áreas ocupadas por viviendas o ciudadelas en mal estado”.

Y la presencia mística del hombre, como bendición de padre.

La ceremonia comienza.

Aparece el uniforme verde olivo gigante. Perfil rectangular inconfundible. Frente poderosa. Una nariz tosca entre dos ojos menguantes. Una barba hirsuta: 5.500 minutos ahorrados al año, según sus propios cálculos.

La gran masa irredenta aclama. Se sobrecoge sin entibiarse. Hace saber que sus techos le caerán encima. Quizás sin decirlo. La algarabía puede ser un discurso muy elocuente. El suceso deviene en audiencia espontánea.

—La prensa se atendrá al programa.

El hombre se voltea y mira hacia el otro lado de la calle.

Una mujer asegurará que él se acordó de cuando visitaba Carmen 106, mucho antes de asaltar el Cuartel Moncada, alzarse en la Sierra Maestra, hacerse comandante. Que se acordó y por eso se volteó a mirar.

Mira y elogia el edificio tan bien pintado, para entonces preguntar: “¿Y detrás de la fachada qué?”.

Tampoco nadie lo escuchó, pero todos contarán lo que supusieron que dijo y lo imitarán como si lo hubieran escuchado.

La pregunta equivale a orden. Dos trajes con corbatas entran a Carmen 106.

El uniforme verde olivo gigante entra a El Obrerito. Dos niños le regalan flores y globos. Recorre locales. Le agasajan con rosas. Él agasaja con las mismas rosas a varias mujeres. Habla y sus palabras se anotan.

El solar se torna un avispero revuelto. Realizan un levantamiento. ¿Cuántos núcleos? ¿Cuántos menores? ¿Cuáles afectaciones? ¿Cuántos años?

El jefe de la microbrigada constructora obsequia al círculo un martillo que el hombre utilizó durante una visita a la obra. Y dos clavos que tomó en sus manos. Se guardan en cajita de madera con tapa de cristal.

Ahora sí, se piensa. Ahora sí repararán lo que se tenga que reparar o sacarán a quienes tengan que sacar.

La firma del uniforme verde olivo gigante estrena el libro de visita. Vilma deja una dedicatoria.

Al día siguiente retornan más trajes con corbatas. Ladas con antenas parqueados en Carmen. Piden papeles. Más preguntas. Apuntes. Expectativas.

Un titular: “Inauguró Fidel Círculo Infantil El Obrerito”.

Recorte de periódico que se conserva con esmero (Foto: Mónica Baró)

Recorte de periódico que se conserva con esmero (Foto: Mónica Baró)

***

Roxana tiene 18 años. Su hermana Laura, 12. Son las hijas de Clara, presidenta del CDR “Antonio Maceo”. Clara hace 20 años que vive en Carmen 106. Aquí crió a sus hijas y sufrió tres infartos.

La casa de Clara es un entrisale permanente. Un hormiguero cauteloso de gente que no se anuncia. Gente cotidiana, que usa el teléfono, recibe llamadas, presta o pide prestado, cuenta algo.

Y con cada paso, el piso que retumba. El techo de otros. Pasa un automóvil y con mis zapatos puestos siento un cosquilleo en la planta de los pies.

—En cualquier momento esto se va para abajo –me dice Clara–. Aquí cuando caminas normal, se siente así como que está temblando. ¿Ya lo sentiste?

—Sí.

—Ah, bueno.

Alguien pone Los Van Van: Temba, Tumba, Timba. Volumen cordial. Toco una pared y parece que vive. La música circula por dentro como si fuera sangre.

—Todo el mundo tiene miedo de que se caiga esto –explica Roxana–. Hay que vivir con un salto en el estómago y dormir con ropa, porque no se sabe si se puede caer por la noche. No se puede vivir confiada.

Laura cuenta que una vez estuvo a punto de irse por el hueco del pasillo que conduce a su casa. Hay un tramo de dos metros salvado con tablas. Y una tabla se corrió y se le fue un pie. Quedó atascada. Casi colgando. Tenía diez años.

—Tuvieron que ir a sacarte –le recuerda su madre y Laura sonríe tímida.

La casa donde viven es una de las más sanas del solar. Son dos cuartos unidos: 25 m² que permitieron a Clara cambiar su estatus de usufructuaria a propietaria de la vivienda. Un solo cuarto no clasifica para recibir título de propiedad. Le falta tamaño.

—Gestiones hemos hecho miles. Incluso hemos escrito al Consejo de Estado, al Comité Central, pero no hay solución por ninguna parte. Dirigen las cartas para vivienda, que las manda para arquitectura, que las manda para no sé quién que no tiene recursos. Y la vida sigue igual.

De repente empiezan a juntarse vecinos: Ernesto, Roberto, Idalmis, Jorgelina, Leandro. La carga en la sala aumenta. Los retumbos calan más hondo. Como una punzada.

—¿Cuándo fue la última vez que vino una institución del Gobierno?

—Hace dos o tres años –precisa la presidenta–. Pasaron y tiraron fotos. “Que si esto está malo, que si hay que demolerlo”. Pero no resolvieron nada. Y el delegado viene, ¿pero qué puede hacer el delegado? ¿Qué le dan al delegado? Nada. Lo que le buscan es un problema porque todos van a verlo. Y lo que hay que resolver no depende del delegado. Depende del Estado.

Los vecinos van asintiendo. Se les ven las bocas cargadas de palabras. Disparan algunas desafiantes. Hablan de derrumbe y muerte. Azuzan el diálogo.

—Si usted no resuelve por sus propios medios –continúa–, nada se resuelve. Por mucho que camines, es el peloteo para aquí, para allá. Ve a arquitectura, a la Vivienda, a ver a no sé quién. A todos los jefes. ¿Para qué? Perder el tiempo. Nada se resuelve.

Aunque su salud la limita, Clara apenas descansa (Foto: Mónica Baró)

Aunque su salud la limita, Clara apenas descansa (Foto: Mónica Baró)

Quien ha podido, ha hecho sus arreglos. Clara tumbó un techo que estaba desmoronándose. Hizo uno nuevo con madera que recuperó de la basura, lo aseguró con tres vigas de hierro, lo pintó de azul.

Reforzó otro techo que filtraba. Consiguió unas cajas plásticas transparentes, de las que se usan para transportar dulces, y las claveteó por las esquinas para revestir este otro techo: función decorativa.

En la cocina, puso tejas de fibrocemento. Y los entresijos que le quedaron los cubrió con poliespuma para protegerse del frío. La mayoría en el solar ha resuelto con esas tejas.

Sin embargo, cualquier arreglo es pan para hoy y hambre para mañana.

—Por ejemplo –comenta Idalmis–, tú arreglas ahora un pedacito, y cuando pasa el tiempo, ya ves que el piso se hunde, que si pasas cae un pedazo de piedra, que si hay un aire cae arenilla.

—El solar no se ha caído porque no está pa’ que nos matemos –asevera Jorgelina.

El entrisale continúa. Afuera alguien discute, se altera, grita. Nadie le contesta. La gente se asoma enseguida. No pasa nada. Vuelve a su tema.

—Y las personas están con sus situaciones –argumenta Clara–. Hay quien no tiene ni para comprarse un huevo. Yo misma soy una mujer jubilada, operada del corazón.

La música perdura. Un salsero que improvisa. Habla entonado. Le canta a Yemayá.

—Yo lo estoy diciendo: se va a caer y va a haber muchos muertos –dice Roberto–. Porque esto no avisa. Desgraciadamente, todos los derrumbes son de madrugada, cuando la gente duerme.

La calle es un alboroto de canciones. Los volúmenes subieron. Nadie se molesta. Es la víspera de Santa Bárbara y se alaba a Changó. No es una ley escrita, ni siquiera se dice, pero se entiende que la música bajita es señal de poca fe.

***

El Departamento de Diagnósticos de la Dirección Municipal de la Vivienda utiliza seis categorías y dos subcategorías para clasificar el estado constructivo de una edificación: Bueno, Bueno a Regular, Regular, Regular a Malo, Malo e Inhabitable (reparable o irreparable).

Los inhabitables irreparables, además, pueden clasificarse en críticos y muy críticos. Los inhabitables irreparables muy críticos serían los edificios en estática milagrosa: fósiles que sobreviven su extinción.

Estática milagrosa es un recurso desesperado. Intenta explicar lo que la ciencia no puede: por qué existe un inmueble que matemáticamente no debería existir.

Calcular el pronóstico de vida de una estática milagrosa es imposible. La estática milagrosa en sí es ya una imposibilidad. Un inmueble con ese diagnóstico puede derrumbarse en este minuto o en diez años.

Sin embargo, como la diferencia entre crítico y muy crítico es minúscula, casi apreciativa, más vale no confiarse. Al final, todos los inhabitables irreparables comparten la misma sentencia: demolición.

En el caso de los inhabitables irreparables críticos la demolición sería parcial: solo el nivel o niveles superiores, y a veces parte de la planta baja; mientras, en el caso de los muy críticos, sería total.

Ninguna vivienda de un inhabitable irreparable con orden de demolición, por tanto, puede recibir subsidio del Estado para reparación constructiva.

Según registros de los delegados a la Asamblea Municipal del Poder Popular de Centro Habana, en los Consejos Populares (Dragones, Cayo Hueso, Colón, Pueblo Nuevo y Los Sitios) que integran el territorio, hay 14.277 personas habitando en 459 inhabitables irreparables.

Centro Habana es el municipio con mayor deterioro del fondo habitacional del país. Y también, el más pequeño y densamente poblado. En sus 3.42 km² residen cerca de 140 mil personas.

Los Sitios, a su vez, es el Consejo de Centro Habana con mayor deterioro del fondo habitacional, al ser el que más ciudadelas (solares) reúne: 432. En sus 0.68 km², hay 75 inhabitables irreparables muy críticos y 16 críticos.

Y de esos 75, hay 19 muy, muy, muy críticos.

—Que si tú los tocas, se van a caer –me explica Jorge Hernández, presidente del Consejo Popular Los Sitios–. Esos son los primeros que evacuamos en caso de eventos meteorológicos.

En los 91 inhabitables irreparables de Los Sitios habitan 3.841 personas: 1.879 mujeres, 1.140 hombres y 822 niñas y niños.

—Y a esas personas, ¿por qué no las albergan?

—¿Dónde les vas a dar albergue? Si no hay capacidad de albergue.

***

Al fondo del solar, Maria Eugenia, hija de Alfredo y Amparo, celebra su boda con Miguel (Foto: Mónica Baró)

Al fondo del solar, Maria Eugenia, hija de Alfredo y Amparo, celebra su boda con Miguel (Foto: Mónica Baró)

A Carmen 106 nadie le sabe la edad. En la entrada constaban sus años, pero tal indiscreción desapareció en el tiempo. Los inquilinos más antiguos ubican su origen a finales del siglo XIX. Recuerdan haber visto un mil ochocientos y tantos.

Los dictámenes técnicos que le han hecho, calculan que 1900.

En sus inicios, Carmen 106 era una posada de 28 cuartos. Patio interior ancho. Lavaderos al fondo. Cuatro baños con duchas: dos en planta baja, dos en primer piso. Pasillos firmes. Barandas seguras donde apoyarse.

En el frente, a la izquierda, una bodega, y a la derecha, la vivienda del encargado.

Hay fondos bonitos donde sacarse fotos en ocasiones especiales.

Los niños mataperrean sin peligro. Vuelan por la escalera. Montan carriola en los pasillos.

Ignacio y Francisca son de las primeras familias en llegar a principios del XX. Ocupan el cuarto nueve y pagan nueve pesos semanales de alquiler. Tienen hijos: Héctor, Concepción, Alfredo, María Luisa. Nacen nietos.

Se complican en política.

En casa del sastre Chelín, el cuarto uno, detrás de la puerta cuelgan dos escobitas cruzadas. Alegoría del Partido del Pueblo Cubano Ortodoxos. Finales de los cuarenta. Consigna: vergüenza contra dinero.

Todo el solar sabe que en casa de Chelín se conspira. Han visto entrar y salir a Eduardo Chibás, líder de la Ortodoxia, piedra en zapatos de corruptos.

También asisten jóvenes. Está Fidel, un estudiante de Derecho, que va con su hermano Raúl.

Alfredo tendrá que esconder a Fidel de la policía en la bodega. Alfredo se lo contará a sus hijos.

En el solar muy poco queda sin contar. Cuida sus historias.

1952. El militar Fulgencio Batista tumba el Estado constitucional. Proliferan los matarifes. El coronel Esteban Ventura, traje blanco impoluto, depreda la ciudad.

Muy cerca de ahí, la Quinta Estación de Policía de La Habana. Madriguera donde Ventura martiriza a sus presas. En la avenida Belascoaín, por las noches, hay gritos de horror que rajan el silencio.

Alfredo y Amparo se casan. Se quedan con el cuarto nueve. Ignacio y Francisca irán para el once.

Un hijo crecido que Amparo tenía se involucra con el Movimiento 26 de Julio.

Ángel Luis vive en Santa Clara y en La Habana hace dinero vendiendo bonos. Compra pistolas, granadas. Oculta el armamento con banderas rojinegras en la habitación de su familia. Sus hermanas, niñas, se impresionan.

El matrimonio canta tangos en el patio interior. Amparo se monta en el personaje de Libertad Lamarque y Alfredo es una voz igualitica a Carlos Gardel.

Volver,/ con la frente marchita/ las nieves del tiempo/ platearon mi sien.

Una parienta acompaña con su acordeón.

Sentir, que es un soplo la vida,/ que veinte años no es nada,/ que febril la mirada/ errante en las sombras/ te busca y te nombra.

Hacen un dúo fenomenal. Él al principio se tranca, padece miedo escénico. Pero ella se engrandece y él gana confianza.

Vivir con el alma aferrada/ a un dulce recuerdo,/ que lloro otra vez.

Un registro. La madre encierra el cuarto y quema propaganda subversiva en una palangana. El humo sofoca a las hijas. Aguantan.

Tampoco falta su majestad la rumba. Y en el solar contiguo, un tal Luis que interpreta canciones de Sindo Garay.

Agarran al hijo revoltoso en Santa Clara. Lo muelen a golpes. Le desprenden dos vértebras de la columna. Tienen que traerlo a la capital y en un hospital lo operan clandestinamente.

Vuelve a ponerle el cuerpo a la causa.

Alfredo continúa escondiendo revolucionarios. Luego los traslada a la Embajada de México o los encamina para la Sierra.

Fin de año. La Revolución triunfa.

1968: primera orden de albergue.

Un año más tarde, a Ignacio y Francisca se les derrumba un trozo de cuarto.

***

—Sufriendo lo mismo que todo el mundo –dice Jorgelina–. Yo vine para acá jovencitica. En el año 83. Y ahora vivo aquí con mi esposo y mi hermana.

Lo suyo son dos cuartos juntos con barbacoa.

—Mi casa no está de lujo pero puede ver que está un poquitico remendada.

Jorgelina también derribó techos por precaución. No se libró de las goteras, tiene que andar vigilando el cielo, colocar cubetas, pero al menos impidió que le cayeran encima. Respecto al techo de sus vecinos de abajo, sí no pudo hacer mucho.

—Este piso está hundido. –Y señala–. Tú no puedes estar parada aquí, porque cae arena allá abajo. Para sentarme a la mesa, yo tengo que correr la silla, y eso molesta. Porque parece que al correr la silla, les cae arena.

Hay losas despegadas, ranuras insondables, baches y tropiezos. Hasta que te entrenas en ese miedo que enseña a andar tan leve.

—Aquí no se puede echar una gota de agua. Si yo echo un cubo de agua, Michel empieza a gritar.

—¿Y cómo hace para limpiar?

—La frazada húmeda. Los de aquí arriba no podemos tirar agua.

—Pero si viene un aguacero no hay remedio.

—Entonces tengo que estar fajada con el haragán para que el vecino no proteste.

Fue justo en la puerta de Jorgelina donde ocurrió el último derrumbe, que una madrugada despertó a todo el solar por el estruendo. Otro trecho de pasillo común que no aguantó más y colapsó. La familia quedó acorralada por el vacío.

—¡Muchacha…! No quieras saber cómo fue eso. ¡Tremendo susto! A esa hora no sabíamos por dónde íbamos a salir. Entonces empezaron los vecinos a poner tablas para que pudiéramos pasar.

Cualquier desprendimiento que reviente contra el suelo de noche se interpreta como un aviso. Un ultimátum. El preludio de lo que más se teme.

En esas circunstancias, lo recomendable es abandonar la edificación. Esperar unas horas a ver si se vuelve un montón de escombros o aguanta un poco más. Sin embargo, la mayoría de las veces, las personas deciden permanecer dentro. Recuperan el sueño, juegan con el insomio y rezan a las once mil vírgenes.

Aquí, en 2009, todos permanecieron dentro.

***

Carmen 106 es un inhabitable irreparable crítico con suerte. Lo habitan apenas 20 núcleos: 51 personas. No queda al margen de una avenida tupida de tráfico. Sus inquilinos, prudentes, subsanan las roturas.

Si Carmen 106 quedara al margen de una avenida tupida de tráfico, nada compensaría esa fatalidad.

Cerca de aquí, en la misma circunscripción cinco, se encuentran Carmen 161, Rastro 111 y Belascoaín 1101, que integran la lista de los 19 muy, muy, muy críticos. Todos sufren sacudimientos por causa de la circulación de ómnibus, camiones, automóviles.

Belascoaín 1101 (20 núcleos: 56 personas) es un simulador de terremotos muy verosímil. Se tambalea a cualquier hora. Los adornos encimados amenazan con caerse. El edificio parece un árbol mal sembrado en un hueco de poca tierra y en medio de un vendaval. Hay visitas que no regresan de la impresión.

Pero las conversaciones, los juegos, los estudios, continúan durante los temblores como si en vez de rodar un vehículo monstruoso, hubiera aleteado un colibrí.

—Es bueno que tiemble, lo malo es si deja de temblar –me dicen.

No es que se acostumbren a habitar lo inhabitable. No hablé con una sola persona que durmiera bien de noche. La gente resiste como aconseja cierto refrán: preparándose para lo peor y esperando lo mejor.

Carmen 106 cuenta con la bendición de una calle tranquila. Pero enfrenta una fatalidad más sigilosa: el tiempo.

***

Los pasillos de circulación son cuerdas flojas engañosas (Foto: Mónica Baró)

Los pasillos de circulación son cuerdas flojas engañosas (Foto: Mónica Baró)

—Inhabitable irreparable no: ruinoso. Estado ruinoso –aclara Ernesto.

Ernesto ha vivido siempre en el solar. Nació en 1968, un año antes de que sus bisabuelos Ignacio y Francisca enfrentaran el derrumbe. Su esposa es Raisa. Leandro, el hijo.

—Si tú observas el piso del patio, vas a ver las inclinaciones donde se acumula agua: síntomas de que las paredes están hundiéndose.

Se presenta como compositor de música. Compone balada, guaguancó, salsa, son, flamenco. Lo que su musa dicte.

Nunca estudió música. Nunca ha grabado una canción. Nunca ha interpretado una canción. Él no canta ni conoce el idioma de las partituras.

—Hay una columna abajo en la casa de Roberto casi partida a la mitad, que lo que falta es que se caiga. Y esa es la parte de los baños. Puede estar la gente bañándose. Ellos mismos abajo. Cualquiera.

Ernesto estudió artillería terrestre. Fue militar. Estuvo en la guerra de Angola dos años. Actualmente, trabaja en una paladar en Centro Habana.

—Y nunca nos han propuesto nada. Ni un albergue. Ni un local. Ni un terreno. Nada.

Sin embargo, dice que nació artista.

—Prácticamente estamos aquí autoalbergados.

A sus mejores canciones, les busca un músico estudiado que traduzca en notas las melodías con que resuenan en su cabeza y luego las registra a su nombre: Ernesto Zaballa Domínguez.

—Cuénteme cómo compone –le pido.

—Eso viene solo. Yo tengo un don. Tengo trascendencia de músicos. Mi bisabuelo paterno era trovador del Dúo Flora y Miguel y una tía mía que ya falleció tocaba todos los instrumentos.

—Y sus abuelos maternos cantaban tango –digo.

—Sí, Amparo y Alfredo. Parece que eso lo heredé yo.

Su obra no pone pan a su mesa, pero no abandona la música. La música es otro sustento tan esencial como el pan.

***

De pronto, algo cayéndose.

—¡Cuidado!

Un estrépito. La adrenalina que inhibe el entendimiento. La mente nula. No racionalizas. Las rodillas se aflojan. Te afincas. Buscas equilibrio.

—¿Qué pasó?

La gente sale de los cuartos. Se queda inmóvil en la puerta. Se mira con terror.

—¡Fue la antena…! ¡La antena de Raúl que se cayó!

La garganta traga una bola seca de miedo. Rebota en el estómago. Recuerdas el aire.

Jorgelina intenta poner la antena: una vara de hierro como de cuatro metros.

Está anocheciendo.

—¡No, mejor no la pongas! Mañana se arregla –le ordena un grito.

***

El promedio de derrumbes en Centro Habana es tres diarios. Olga Miller, vicedirectora de Construcción del Consejo de la Administración Municipal, calcula que en 2015 ocurrieron más de mil. Se reportaron al puesto de mando más de mil.

Algunos derrumbes no se reportan. Si nadie se mata ni se lastima, la vida continúa sin interrupciones. Se recoge el destrozo y se arroja a la basura, como si botar escombros fuera barrer hojarasca inofensiva.

Por supuesto, la mayoría de los derrumbes reportados son parciales: un balcón, un techo, una pared, un pasillo. O una parte de cualquier parte.

—Y están los derrumbes parciales con peligro para la vida –especifica Olga Miller–, que aunque no se haya caído toda la vivienda, se emite un dictamen de reubicación de núcleo y derrumbe total. Pero eso lleva una acción emergente, que es el apuntalamiento. Cuando ya se hace el apuntalamiento, usted tiene un margen de tiempo para ubicar ese núcleo en una capacidad de albergue.

—¿Todos los edificios inhabitables irreparables tienen que apuntalarse?

—Si tienen la orden sí. Porque hay algunos que ya están apuntalados, que llevan diez, 15, 20 años apuntalados, y lo que se rectifica el apuntalamiento.

En temporada de lluvias intensas, de lluvias, la cifra de derrumbes estalla. Hasta 18 pueden registrarse en un día.

Lo peor, no obstante, no es el bombardeo de la lluvia. Lo peor es el sol después de la lluvia. Un inhabitable irreparable que se va secando suena como una vieja rechinando las muelas.

La primera semana es determinante. Si no colapsa, entonces es posible que sobreviva.

***

La Unidad Municipal de Atención a Comunidades de Tránsito (UMACT) cerró 2015 con 7.691 expedientes de albergue.

Esos 7.691 expedientes se traducen en núcleos y esos núcleos se traducen en 25.122 personas.

De esos 7.691 núcleos, 697 se encuentran “haciendo uso de capacidad de albergue”.

Y de esos 697, 580 radican en comunidades de tránsito de la periferia y 117 en comunidades de tránsito del municipio.

El resto, 6.994 núcleos, habitan en inhabitables reparables e irreparables. Les toca esperar a que se desocupen las capacidades existentes, para entonces pasar a hacer uso de capacidad de albergue. No son prioridad en el otorgamiento de viviendas.

Olga Miller explica que en Centro Habana hay edificaciones declaradas inhabitables y con “anuencia de albergue” desde el 70.

—Que muchas han desaparecido, pero otras están ahí. Milagrosamente. Se les cae un pedazo, pero se mantienen como decimos nosotros: en estática milagrosa.

Y asegura que si hay núcleos en inhabitables es porque en los setenta, los ochenta, rechazaron ofertas de albergue que les hicieron.

—Esas personas no aceptaron lo que les dio el Estado en ese momento para su solución. No salieron del lugar.

—¿Pero no deberían priorizar ahora a quienes están en inhabitables irreparables, porque están en peligro de derrumbe?

—¿Y el que está haciendo uso de capacidad desde hace 20 años, que cuando le dijeron que tenía que salir se fue para un albergue? Y ahí nació la primera generación, la segunda y la tercera. ¿Cuál tú priorizas?

—Es complicado.

—Desde el punto de vista social sí. Pero yo vacío capacidad para salvarles la vida a otros. Yo no los estoy dejando desprotegidos. Como Estado estoy dándole solución a un caso, donde en un albergue nacieron primera, segunda y tercera generación. Pero tú no aceptaste. Tú te quedaste en Centro Habana. Y después no le pasaste la mano a tu casa. Que ese es un problema social que tenemos: la población hoy prefiere vestirse, que arreglar la casa. No hay conciencia. La conciencia es que el Estado tiene que resolverme el problema. Y si te das cuenta, es la única parte del programa del Moncada que la Revolución no ha podido cumplir al cien por ciento.

—¿Y no se podrían demoler las edificaciones irreparables y ahí mismo construir otras?

—A medida que vamos reubicando. ¿Pero cuántos parques tiene Centro Habana? ¿Dónde juegan los niños de Centro Habana? Si no haces parques, siguen en la calle. Y el problema social ¿cómo lo resuelves? Entonces tienes que hacer un reordenamiento urbanístico. Necesitas consultorios médicos, farmacias, panaderías. Si lo destinas todo para viviendas, entonces, el viejito, porque la población está envejeciendo, ¿cuántas cuadras tiene que caminar para buscar el pan?

Marisela Sánchez, jefa del Departamento de Atención Social de la UMACT, informa que en estos momentos están dando solución definitiva –léase vivienda– a las personas que llevan en albergue entre 15 y 20 años.

En 2015, 68 núcleos que estaban haciendo uso de capacidad fueron beneficiados con solución definitiva.

No obstante, hay inhabitables irreparables con los que han debido hacer concesiones, porque han burlado las escalas ordinarias de lo crítico: Oquendo 308, Zanja 668, San Miguel 1011. Ciudadelas todas de Cayo Hueso, que es el Consejo que más inhabitables irreparables aporta a las estadísticas.

***

 

Lo único sólido en esa casa son ellos dos (Foto: Mónica Baró)

Lo único sólido en esa casa son ellos dos (Foto: Mónica Baró)

María Cristina se pone tan nerviosa con mi presencia en su casa que rompe a llorar. Es un llanto contenido, de labios apretados. Se le traba la voz.

—No ya. Mira la pared. De allá arriba me cae cantidad de arena. Cualquier gesto que hagas. Cantidad. Como todo. Completa.

Vive con su esposo. Se conocieron en un círculo infantil donde ella era auxiliar de limpieza y él custodio.

—¿Hace cuánto que vive aquí?

—Ya tengo once años. Porque la pequeña mía tiene once años de muerta. Se me fue con 29: grasa en el corazón. Eso se llama colesterol alto. Engordó demasiado.

—Su hija era la que vivía aquí –explica Idalmis, que me espera en la puerta.

—Entonces yo pasé para acá y mira cómo tengo esto ahora –dice María Cristina–. Este es el peor cuarto del solar.

Queda en planta baja y sus paredes son fracturas, paisajes húmedos. No muy distintas a las de arriba.

—Ustedes no tienen baño –digo porque solo veo una escalera hacia la barbacoa.

—Yo lo hago en un cubo y enseguida lo boto.

—¿Y para bañarse?

—Me paro allí mismo –apunta a la esquina donde está el fogón– y me baño. Por la orilla se va el agua.

—Aquí las ratas caminan por dentro de las columnas –acota Idalmis–. Tú las sientes como chillan. Y esta columna es de carga.

La columna de carga es una mole gangrenosa, con orificios donde cabrían mis dos puños.

—Yo sueño con que me dicen recoge y vete.

***

A Marilú le puso el nombre Raúl, el de la antena que se cayó. Esa gata merecía un nombre. Es cazadora. Y a Raúl le gustó Marilú.

Marilú, negra impecable, ojos verdosos, siempre en el mismo lugar. Acecha un agujero en el concreto, la boca semiabierta de una cañería. Por ahí salen ratas, ratones. Nada más que se asoma uno: ¡zas! Le atrapa la cabeza, muerde, zarandea, desgarra, asfixia. Y cuando no siente en su presa un solo nervio aferrándose a la vida, deja su cadáver en medio de alguna parte, para que limpien su trabajo.

Cuando único Marilú no está en su trinchera es cuando amamanta a los dálmatas. A los dálmatas los parió hace poco. En el solar les pusieron así porque son manchados de blanco y negro. Nacieron seis, pero unos malcriados de la cuadra entraron y arrojaron tres en la basura.

Los tres dálmatas sobrevivientes habitan en las ruinas de los baños de la planta baja. Ahí hay chatarras y escombros muy acogedores.

Los vecinos los cuidan, los alimentan. Los respetan.

—Una vez botamos a los gatos y las ratas se pusieron… ¡Hacían danza! –cuenta Idalmis.

Vista bien, la gente de aquí se parece a sus gatos. Se desplaza con el mismo sigilo por alturas inestables, olfatea el peligro y lo desprecia, se salva constantemente la vida.

Gata al asecho en el sitio de siempre (Foto: Mónica Baró)

Gata al asecho en el sitio de siempre (Foto: Mónica Baró)

***

La Vicedirección de Inversiones de la Dirección Municipal de la Vivienda impulsa dos planes constructivos: Conservación y rehabilitación y Obras nuevas.

Conservación y rehabilitación: demoliciones totales y parciales, rehabilitaciones, impermeabilizaciones, reparaciones de fosas, cisternas, balcones.

Obras nuevas: construcción de viviendas y erradicación de ciudadelas.

Erradicar una ciudadela significa construir baño, cocina y entrepiso a cada cuarto de un solar para que merezca un título de propiedad.

En 2015, el presupuesto que asignó el Consejo de la Administración Provincial al municipio para impulsar esos dos planes ascendió a 13.212.000 pesos, que se distribuyeron de la siguiente manera: 8.912.000 para Conservación y rehabilitación, 4.300.000 para Obras nuevas.

En septiembre, ya el presupuesto de Conservación y rehabilitación se había acabado, mientras que el de Obras nuevas había sufrido un recorte de 1.200.000 por inejecución.

Con esos 3.100.000 pesos que quedaron se construyeron 26 viviendas y se erradicaron tres ciudadelas.

Julio Álvarez, subdirector de Inversiones, explica que si ese dinero no se estaba ejecutando con el ritmo requerido, fue por falta de fuerza constructiva. La empresa estatal que se contrata para emprender los proyectos no puede cumplir en tiempo sus encargos. Las emergencias (derrumbes) ocupan demasiado su agenda.

En Centro Habana, el 70 por ciento del presupuesto destinado al programa de demoliciones, que incluye apuntalamientos, reforzamientos con vigas de hierro y escombreo, se destina a emergencias.

El año pasado, de las 97 demoliciones realizadas, solo 29 fueron planificadas. Las otras 68 fueron apenas correcciones a derrumbes naturales a los que hubo que quitarles los peligros del mal acabado.

Y demoliciones totales fueron tres. Iban a ser cuatro, pero se paralizó Industria 410 por falta de equipamiento.

Sin embargo, entre julio y agosto, la provincia decidió otorgar más capital: 4.500.000 de pesos.

Enseguida, se emprendieron los proyectos Imagen de Reina e Imagen de Marina. Brigadas infatigables arremetieron contra el deterioro estético de esas avenidas y en pocas semanas repararon fachadas, aceras, portales, tumbaron balcones colgantes, asfaltaron, pintaron inmuebles.

Cuando el domingo 20 de septiembre el Sumo Pontífice Francisco recorrió la avenida Reina, y legiones de periodistas de todas partes del mundo cubrieron el recorrido, la ciudad estaba lista para las cámaras.

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Caruca carga su agua hasta el baño colectivo (Foto: Mónica Baró)

Caruca carga su agua hasta el baño colectivo (Foto: Mónica Baró)

Caruca vive orgullosa de su padre Alfredo.

—Hombre más honrado que mi padre, creo que ni Fidel. Y que Dios me perdone porque Fidel es lo máximo.

La primera lección de honradez Caruca la recibió en 1953. Tenía seis años y se impresionó de una manera, que el episodio lo retuvo intacto:

Me cuenta que Alfredo trabajaba en una fábrica de mariscos, y que el dueño era su padrino: Indalecio Fernández, un español. Pero Indalecio no pagaba lo justo a sus trabajadores y Alfredo armó una huelga que viró la fábrica al revés.

Era Navidad.

En respuesta a la huelga, el padrino mandó a Santa Claus a persuadir a su ahijado: un chófer en un Cadillac negro atiborrado de juguetes, bicicleta y todo, hasta una cena.

A los hijos de Alfredo se les desorbitaron los ojos con semejante prodigio parqueado afuera del solar. Pero el padre rompió el hechizo sin vacilaciones:

—Dígale a mi padrino Indalecio Fernández, que a Alfredo Domínguez no lo compra nadie.

Y se quedó sin juguetes, sin cena y sin trabajo.

—Fíjate si mi papá era revolucionario, que en 1960 un primo mío le dijo: “Vamos que te consigo una casa”. Y él le respondió: “Tú no eres quién para darme una casa porque tienes un puesto. A mí me la tiene que dar la Revolución”.

Alfredo fue la clase de hombre que medía el valor de una persona por la firmeza de sus principios. Y después del 59, su principal principio fue la lealtad a la Revolución.

El trabajo fue su bastión. Trabajó sin descanso en el puerto pesquero de La Habana cargando carretillas de pescados, hasta que un día echó el estómago por la boca.

—Mi papá se salvó de milagro. ¡Nueve úlceras perforadas! Pero se arregló, se operó y siguió trabajando.

A finales de los sesenta le reconstruyeron con artificios parte del estómago y el esófago y pudo continuar acumulando diplomas de vanguardia.

—Entonces el jefe, que lo quería mucho, le dijo: “No me vas a cargar ni un pescado más. Tú vienes a trabajar conmigo a la oficina”. Entonces mi papá le llevaba el café, le limpiaba el buró, agua fría. Pero mi papá qué decía: “Si el jefe tiene café y agua fría, mis compañeros que se han metido toda la noche trabajando, tienen que tomar agua fría y café”. Y cogía una jarra y les llevaba a sus compañeros que se habían quedado de guardia. “Así hacemos los revolucionarios”, decía. Todo lo de él era la Revolución.

Y si Caruca fue a alfabetizar a Las Tunas con 14 años en 1961, y su hermana María Eugenia fue a recoger café a Guantánamo al año siguiente, fue por inspiración del padre.

—A mí por poco me matan en Oriente.

—¿Qué le pasó?

—Unos alzados que estaban ahí nos cayeron a tiros a mí y a cuatro brigadistas más. Tuvimos que correr… Pero yo era delgadita y chiquitica y no pude correr como los demás. Me tuve que esconder en una zanja hasta que se fueron. Así que yo hubiera sido mártir de la alfabetización.

Después de alfabetizar, Caruca ingresó a una escuela de enfermería. Pero nunca se graduó. Cuando cursaba el segundo año, a su madre le dio el primer infarto y ella se deprimió tanto que enfermó de los nervios y tuvo que dejar los estudios.

—Mi madre Amparo era una mujer fuertísima, alta. Medía como cinco pies. Pero era hipertensa y con cualquier cosa se asustaba. Esa misma fortaleza fue la que la mató. Demasiada sangre.

Amparo murió al noveno infarto, tras nueve paros respiratorios y a las nueve de la mañana.

—A las 12:05 de la noche le dio el primer paro en el elevador del hospital –precisa Caruca– y a las 9:00, el último.

Alfredo quedó como gorrión al que le estorban las alas. Su voz igualitica a Gardel enlutó. Luego, se jubiló del puerto por enfermedad. Y a los siete años, se le terminó de acabar el mundo.

—Murió con 62 años, en 1985, sin volver a cantar.

—¿Y qué pasó con usted después de dejar la carrera?

—Yo siempre hice algo. Trabajé en la terminal de trenes, en salud pública, hasta que me cogió la vejez y el enfisema pulmonar –resume Caruca veloz, como si su vida fuera una posdata a la de sus padres.

—Pero yo soy la enfermera del solar –me advierte–. Aquí al que le duele un pie, me llama. Una cura. Un dolor, la inyección. La presión. Yo presto servicio a todo el pasillo y a la cuadra. Sin haberme graduado. Hay quien se gradúa y no tiene esa voluntad de ayudar.

Caridad Olimpia es la única hija de Alfredo y Amparo que queda en el edificio. Ocupa el cuarto 26 con su hija María Elena. De sus cuatro hermanos: Ángel Luis y Concha murieron, Ignacio y María Eugenia emigraron a Estados Unidos.

—Y yo estoy destruida. Ahora estoy esperando que la Revolución se acuerde de nosotros, como nosotros nos acordamos de ella cuando hizo falta. Ya te digo: Si no me tiro para una zanja no estuviera haciendo el cuento.

Sobre el autor

Mónica Baró

Reportera. Graduada de Periodismo en 2012. Periodista de la revista 'Bohemia' (2012-2014). Egresada del Taller de Técnicas Narrativas del Centro Nacional de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso (2010). Participante del Taller Formación de Formadores (2011) y del Taller Latinoamericano de Comunicación Popular (2013) en el Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr. (Cuba). Coordinadora y ponente en el Taller Internacional sobre Paradigmas Emancipatorios (desde 2011). Coordinadora del Proyecto educomunicativo Escaramujo, en Matanzas (2012). Participante de la Corte de Mujeres de los Consejos Populares de Centro Habana (2013). Participante en el Seminario de Construcción Colectiva. Descolonización de saberes: subjetividad y luchas emancipatorias en América Latina y el Caribe, del Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI), Costa Rica (2014).

8 comentarios

  • Felicidades al equipo de Periodismo de Barrio!!! Orgullo del periodismo actual en nuestro país, y muestra de valentía. Increíbles historias que sacan lágrimas al leerlas, pero son la realidad de miles de cubanos que aunque el Estado siempre dice estar al pendiente de ellos, cuando viene la desgracia del derrumbe y las trágicas muertes solo una “caja de muerto” mal hecha y un hueco en el cementerio garantizan.
    Ojalá alguien se acuerde algún día de Carmen 106!

  • Causa tristeza que tantas personas pasen parte (o toda) de su vida, la unica q tendrán, en esas condiciones. Como dijo el periodista Jose Alejandro una tarde en el prog de TV Hola Habana, “las personas no merecen vivir asi”, ante condiciones de vida de un lector q se quejaba de su situcion de vivienda y mas aun de a desidia ante su caso.

  • Muy buen periodismo: jovial, atractivo, sin excesos de dramatismo a pesar de la “estática milagrosa” y con las cualidades básicas de informativo, verificado y balanceado. Un poco extenso para mi disponibilidad de tiempo. Sugiero, deberían colocar vínculos a las redes sociales, que también son para los cubanos. Éxitos en 2016.

  • Excelente trabajo. Muy bien escrito. Te felicito Mónica. Yo como delegada sé ahora, de primera mano, lo dura que esta la situación de la vivienda en La Habana y aunque mi área por estar en el Nuevo Vedado, no es ni remotamenta de las malas, tengo edificios que si siguen unos 10 años más sin pasarle la mano, estarán pronto como Carmen 106. Es un serio problema de la capital, de los primeros. Y lo peor es que no veo solución a la vista.

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