Desde la cola para la cesárea a la que la han remitido, Mayté González Ferriol puede verlo todo, incluidas las cinco mujeres que entrarán a cirugía antes que ella. Por delante de su cama caminan embarazadas desnudas, en trabajo de parto. Hay orina y heces en el suelo que nadie limpia. Sangre por todas partes. Las contracciones son cada vez más seguidas, no la dejan coger un respiro. Su esposo le acaricia la espalda para calmarla, pero Mayté tiene ganas de “arañar las paredes”. Frente a ellos una mujer acostada en una cama, con las piernas abiertas, parece estar pariendo sola. Nadie la atiende. Ha dicho una mala palabra. Se ha portado mal.

Mayté es pequeña y rubia. Los ojos muy verdes. Espera conectada al monitor que controla el bienestar de su bebé. Por el catéter que cuelga de su vena, una enfermera intenta administrarle un medicamento que supuestamente inhibirá sus contracciones y le permitirá esperar su turno. Mayté ha perdido ya la cuenta de cuántas veces se ha salido la aguja de la vena. Ha perdido ya la cuenta de las horas que lleva en Maternidad Obrera, vistiendo una bata sucia de sangre y sudor, cuando finalmente vienen a buscarla. La doctora repara en el catéter. “¿Pero yo no dije que no pasaran más esto, porque hace reacción con la anestesia?”. Mayté pide a Dios que la salve, que no la maten en ese lugar.

Es la noche del 17 de octubre de 2019. Había ingresado el 15.

―Yo no tuve problemas en el embarazo, ninguno, pero sí le tenía tremendo miedo al parto. Enseguida me busqué a una doctora y empecé a ir a consultas con ella todas las semanas en esos últimos meses, y le llevaba un presente, para que estuviera feliz.

Cuando pasaron las 40 semanas, y su barriga estaba al explotar, la doctora le dijo que la haría venir a una de sus guardias para inducirle el parto o hacerle una cesárea si no dilataba lo suficiente. El día antes, Mayté fue al hospital con su esposo. La doctora la hizo subir a una camilla para reconocerla: una pierna aquí, otra allá. Relájate.

―Mi primer trauma. En ese momento del embarazo yo no tenía sexo ni nada, estaba que ahí no me cabía ni un lápiz. Esa mujer ha metido su mano a la velocidad de un violador, no te puedo explicar, y ha empezado a hacer una cosa así que yo grité, grité del dolor tan grande que sentí, “Ahh ahhhhhh”, y me decía “Cállate, tienes que callarte, que esto no es nada”, y yo “¡Para, pero para!”, “No, no, esto lo tengo que ver yo ahora”, y pa’lante y dale que voy. Yo salí de ahí, te juro, con la presión a mil. Cuando ella paró, sacó la mano llena de sangre… Mira, sudo, de acordarme de todo eso.

La doctora dijo que así no podía trabajar. No podía. Mayté tenía que dejar de gritar y de echarse para atrás cuando iba a reconocerla otra vez. Toma conciencia, le dijo, de que ya vas a parir.

―Era como si me estuviera sacando el riñón con sus propias manos por allá abajo, eso es lo que se sentía.

La doctora quería ayudar, pero Mayté no se dejaba. En ese punto aún no había roto la fuente ni había dilatado medio centímetro. Todo estaba normal. La doctora había intentado “ayudarla a empezar” desgarrando un poco su vagina para que “el cuerpo mismo se activara”.

Mayté no conocía esa práctica.

No tenía idea de que, cuando aparece la violencia obstétrica, la mujer apenas tiene poder de decisión sobre su cuerpo: ni sobre las drogas que le administran, ni sobre la posición en la que dará a luz. Ella sabía que debía portarse bien, y hacer todo lo que le mandaran. Nada más.

***

No cuestionar las prácticas que sobre su cuerpo se ejercen. Los médicos son los que saben qué resultará mejor para los bebés. Las explicaciones son demasiado técnicas a veces y no hay tiempo para informar, una por una, a toda una sala, qué va a pasar después. Qué está pasando ahora. El parto, ese proceso natural, se convierte para muchas mujeres en un momento agónico –más allá del dolor– por la excesiva medicalización a la que son sometidas.

“El control biomédico de las etapas del curso vital femenino ha logrado una considerable reducción en las tasas de morbi-mortalidad materna y neonatal en gran parte del mundo y avances en el tratamiento de la infertilidad, entre otros beneficios. Sin embargo, sus prácticas han sido objeto de crítica por dos motivos: su énfasis en los aspectos fisiológicos por sobre los psicosociales y su tendencia a medicalizar procesos biológicos normales”, explica Dailys García Jordá en su tesis doctoral titulada “Representaciones y prácticas sobre el nacimiento: un análisis desde la perspectiva antropológica. Ciudad de La Habana, 2007-2010”.

El uso de la episiotomía sistemática (un corte entre la vagina y el perineo) y no selectiva, sin consultar o informar siquiera a la madre; la práctica de cesáreas que no son indispensables; la administración de drogas como la oxitocina para acelerar el proceso; o la imposibilidad de compartir el momento con quienes la futura madre decida, son algunas de las violencias más recurrentes.

Desde 1996, la Organización Mundial de la Salud (OMS) presentó una serie de indicaciones para los cuidados del parto normal; guía que se ha modificado según los estudios obstétricos y ginecológicos se han actualizado. Las Recomendaciones de la OMS: cuidados durante el parto para una experiencia de parto positiva, publicado en 2019, prescriben la atención respetuosa de la maternidad, con la atención proporcionada de manera tal que las mujeres mantengan su dignidad, privacidad y confidencialidad, así como el aseguramiento de su integridad física y la toma de decisiones informadas. A partir de ahí, se listan una serie de indicaciones divididas en categorías (recomendado, no recomendado, recomendado solo en contextos específicos, y recomendado solo en el contexto de investigaciones rigurosas), pero todas responden a una visión de parto humanizado, donde la mujer forme parte activa y consciente del proceso.

“En la Conferencia Internacional sobre la Humanización del Parto, celebrada en noviembre del año 2000, se precisó el concepto de humanización de la atención de salud. Este se orienta hacia la búsqueda del bienestar por parte de los/as propios/as interesados/as, como un factor de progreso y desarrollo humano, donde lo fundamental es la responsabilidad y el protagonismo de los sujetos para el logro de una vida más saludable, en un equilibrio dinámico con el desarrollo social, económico y ambiental de la sociedad. En relación al parto, su humanización implica que el control del proceso lo tenga la mujer, no el equipo de salud; requiere de una actitud respetuosa y cuidadosa, calidad y calidez de atención, que se estimule la presencia de un acompañante significativo para la parturienta. O sea, que la mujer sea el foco en la atención y los servicios ofrecidos sensibles a sus necesidades y expectativas”, explica Dailys García Jordá.

Sobre el parto humanizado, en Cuba, no existe actualmente referente alguno. En la Gaceta Oficial de la República de Cuba No. 14 Extraordinaria (8 de marzo de 2021), se publicó el Decreto Presidencial No. 198, que contenía el “Programa Nacional para el adelanto de las Mujeres (PAM)”. Allí se orienta: “Contribuir a crear las condiciones objetivas y subjetivas que propicien el estímulo de la fecundidad; asegurar el derecho de las mujeres a decidir el número de hijos y el momento en que desee tenerlos, así como garantizar las condiciones necesarias para un parto seguro y amigable, a partir de la preparación para una sexualidad plena, enriquecedora y responsable, como parte de la estrategia integral de atención al envejecimiento poblacional y la baja natalidad”.

Y eso es todo.

***

Mayté no salió ese día del hospital. No le preguntaron si necesitaba regresar a casa a recoger sus cosas. La pesaron y se acomodó tranquila en la cama que le asignaron. A esperar. Cerca de la medianoche rompió la fuente y comenzaron las contracciones: una, otra, otra, cada vez más fuertes. A las ocho de la mañana siguiente (día en que su doctora entraba de guardia), comenzaron a administrarle medicamentos para contrarrestar una posible infección. Metronidazol, antibióticos.

―¿Te informaron qué te iban a poner?

―No. Venía una enfermera con unas jeringuillas grandes así, de 20 mililitros, pero yo era la que le preguntaba qué me estaban pasando, no había trocar, entonces cada vez que me pasaban un medicamento me tenían que coger la vena con una mochita. Y ellas apuradas, porque tenían que inyectarle todas esas cosas a toda una sala, y para que la vena no se te maltratara tenían que hacerlo muy despacio. A veces te miraban a la cara, a veces ni te miraban.

Pasaron horas. Llegó otra vez la noche y, con ella, se acercaba el fin de la guardia de su doctora. Mayté le pidió información: cómo iba, qué estaba pasando con ella, cualquier cosa. El dolor se había vuelto parte de su cuerpo, pero no por ello menos insoportable.

―Me dijo, no se me olvida: “Parir duele, ¿tú no sabías que parir duele? ¿Para qué saliste embarazada entonces?”. Ahí es cuando uno respira paciencia… ¿Qué respuesta es esa? Obviamente, yo sé que parir duele, pero llevo una pila de horas abandonada sin nadie que me mire, nada más una enfermera que pasa a inyectarme cosas.

Su esposo intervino. Le pidió a la doctora que la reconociera otra vez. Esperaron unos minutos en un saloncito y luego lo mismo: la mesa metálica, cubierta parcialmente por un cartón, y Mayté subiendo con su panza de 40 semanas. La mano de la doctora entrando en ella. Mayté gritando más fuerte que la primera vez, queriendo cerrar las piernas. “¡Cállate!”, otra vez.

Todo eso se repetiría a la mañana siguiente. Como un loop del dolor.

Lo próximo es Mayté en la sala de preparto, sentada en un sillón de suiza. De su vagina gotea la sangre y cae al suelo, junto a la sangre de la embarazada que se había sentado ahí antes que ella, y de la anterior.

Nunca más volvió a ver a la doctora.

***

Con cuatro o cinco centímetros de dilatación, cada una hora monitorean los latidos y el bienestar de su bebé. El procedimiento le resulta incómodo: debe estar acostada bocarriba y las cintas de la cardiotocografía o CTG le aprietan y estimulan aún más sus contracciones. A veces se zafan y el monitor deja de registrar y hay que empezar de cero. Cuarenta minutos en eso, a veces cincuenta, recuerda Mayté.

Se concentró en “tratar de hacer las cosas lo mejor posible”: caminar un poco, no preguntar, no hablar con nadie.

―En una de esas me ponen el monitor y se van a almorzar. Pasó una hora y media, y ya no aguantaba más… Eso va soltando un papel con un registro, y el papel había llegado al piso y daba vueltas, del tiempo que llevaba con esa mierda puesta… La enfermera me miraba y no me respondía nada, seguía caminando, como si yo fuera un perro ahí. Preguntaba y nadie me respondía. Ya era tarde, me quito el monitor, me lo zafo yo misma y me siento ahí a respirar.  En eso entra un médico muy alto y muy fuerte, y me dice: “¿Qué coño te pasa a ti?, ¡Tú lo que eres tremenda fresca!”.

El grito la paralizó. El dolor había consumido sus fuerzas, su capacidad de reacción, de respuesta. Además, Mayté había escuchado historias de cómo la pueden “coger contigo”, o “dejarte en una esquina” y no atenderte. Todo eso pasó por su mente mientras intentaba coordinar qué decirle a ese hombre, cómo decírselo.

―“¿Tú no sabes que ahora tú no importas aquí? ¿Que lo único que importa es eso que está dentro de ti? ¿Quién te mandó a zafarte el monitor?”. Hasta ese momento yo no sabía por qué él me estaba diciendo todo eso.  Le dije “Mira, tú no me puedes hablar así, porque ahora mismo yo no te puedo responder como te mereces”. Dijo: “¿Quién es el acompañante de la paciente esta?”, “¡Tráiganme al acompañante ahora mismo, que yo quiero ver qué va a decir ella!”.

Lejos de asustarse, Mayté se tranquilizó. Si hacían pasar a su esposo, estaba salvada.

―“Es más, ve al baño, que te voy a reconocer yo ahora”. Había entrado otro turno y él era el jefe de la guardia. Ese hombre. “Dale, mijita, dale, ve al baño, ve”; y me llevó por el brazo.

Una segunda amenaza.

No salió del baño hasta que su esposo fue a buscarla. El médico le había dicho que Mayté se estaba portando mal. Pero él sabía que si ella estaba así era por algo, así que el médico tenía que calmarse. “Sale”, le dijo, “que ahora él te va a reconocer y nos va a decir qué está pasando”.

Encima de la camilla, Mayté. Las piernas abiertas. Más, abre más, le pide el médico, y haz como si quisieras defecar. “Como si fueras a cagar”, le dijo. “¿Tú no sabes cagar?”. “¿Tú no cagas?”. Luego dos enfermeros agarrando sus piernas y llevándolas lo más atrás que el cuerpo de Mayté puede soportar. La mano del médico pasando por los nueve centímetros de dilatación, comprobando que a pesar de ello la bebé no muestra señales de “querer salir”.

A Mayté le dijo: “Bájate y espérame ahí”.

Al esposo de Mayté le dijo: “Hay que hacerle una cesárea porque la bebé está muy arriba y no parece que quiera bajar al canal de parto”. Le explicó que había una maniobra que podían hacerle: “Se suben arriba y empujan, pero tiene sus riesgos”.

Se refería a la maniobra de Kristeller, un procedimiento que consiste en hacer presión sobre el fondo uterino durante la segunda parte del trabajo de parto. Entre sus consecuencias está el desgarro vaginal, y muchas veces se realiza sin consentimiento previo. La OMS la sitúa entre las prácticas no recomendadas.

Mayté se negó.

***

Es difícil saber cuánto tiempo duró la cirugía hasta que Amaya nació.

Una vez dentro del salón, Mayté subió a la camilla y el anestesiólogo le dijo que no podía moverse un milímetro, o se quedaba inválida. Ni siquiera si le venía una contracción podía moverse. La cesárea la practicaría una médica residente que aprendería con Mayté cómo hacerla. Sus errores y las correcciones de la obstetra informaron a Mayté, nadie más.

―De pronto el salón se empieza a llenar de humo, “Ayyy, dile a Mengano que se vaya a fumar pa’llá afuera, ¿Por qué él siempre tiene que fumar en el salón?”. Yo abierta, tú sabes, como un conejo… “Ay, con este humo no se puede trabajar bien, a ver, corte…”, porque esa doctora estaba guiando, “Corte, así, anjá, sí, de izquierda a derecha”, “Esto así no se puede hacer, porque entonces mira la hemorragia que se forma”, “¡Succión!”. Veías todo pasando, la sangre, cosas amarillas…, y oyendo los errores que estaba cometiendo esa muchacha. De pronto, me empieza a faltar el aire, les dije: “¡No puedo respirar!”. “Ah, ¿porque tú estabas inhalando fuerte?”, “¡Pero es que no puedes respirar así, mijita! ¡Porque la anestesia te sube pa’ los pulmones y te ahogas! Respira superficial, pa’ que aguantes…”.

Mayté se permite reír un poco mientras lo cuenta. Una risa nerviosa, de quien revive el horror sabiéndose a salvo ya. Su hija de casi dos años hojea un libro sentada en sus piernas.

―Dice la doctora: “Ay, pero esta niña no es blanca, ¿el papá es mulato?”. Y yo la miro así, “¿Qué pasó? Sí”. Dice: “Ah, porque esta niña no es blanca, busca rápido el papel”, “Márcale el pie en la hoja”, “Esta es tu niña, después no hay invento”.

No se la entregaron en ese momento. Cosieron su herida (una herida deforme, demasiado abajo) y, a falta de camas en la sala, la colocaron en el pasillo del salón, encima de una camilla. Completamente exhausta, Mayté pidió que le trajeran una sábana para el frío. Las mismas ropas cubrían su cuerpo pegajoso. Eran cerca de las nueve. Ahí pasó la noche, sola.

Casi cuarenta y ocho horas después, tuvo a Amaya en brazos. Primero transitó por una sala de recuperación, a la espera de una cama en la sala de cesárea. Allí estuvo, dice, casi inmóvil. Si no le iban a traer a su bebé no quería ni mirar para el lado.

Dos años hará en unos meses. Y aún le faltan cosas por contar. Le falta, por ejemplo, decir que cuando la cargó, Amaya no sabía mamar. Dirá que ella tiene lo que llaman un “pezón plano” y que en esos casos a los bebés les cuesta más y por tanto una debe ponérselos enseguida, para que aprendan. “¿Tú no tienes hijos?”, el tono no es de pregunta, sino de confirmación, dirá: “No sabes lo que se siente que tengas a tu bebé, los pechos así, reventándose de leche y tu bebé no sabe tomar, no puede, porque no la encuentra”.

Habrá otras historias: de la herida mal cosida, los hematomas en todo el cuerpo, el examen de hemoglobina que olvidaron hacerle.

Lo ha soltado de una vez, como quien necesita desprenderse del horror. Y tiene que soltarlo así porque después de eso ha escuchado historias. De salas enteras de mujeres violentadas. Y tú sabes cuáles son tus derechos, dice, pero cuando llegas ahí estás a merced de lo que pueda ocurrir, y tratas de hacer lo mejor posible con lo que se te presenta. “Y lo que se te presenta en ese momento es que no tienes decisión de nada”. No te quejes más, Mayté, le han dicho, que tienes una niña sana y tú también estás bien. Ya eso va a pasar.

A medida que las pronuncia, las palabras dejan de pertenecerle solo a ella. El miedo compartido da menos miedo.

Sobre el autor

Diana Ferreiro

Licenciada en Periodismo por la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana y Master of Arts, curso Gender and Media por la Universidad de Sussex, Reino Unido. Chevening Scholar 2021-2022.

16 comentarios

  • Excelente trabajo. En serio de lo mejor que he leído. Es aterrador, doloroso y más que molesto no hacer más por esas mujeres. Pero denuncias como estas van dando paso a las denuncias que podremos hacer mañana (pronto) para hacer valer los derechos sexuales y reproductivos

  • Mi esposa ha parido dos niñas. Nada de esto le ocurrió. Y parió en un Materno provincial. No es bueno generalizar.

    • En ningun caso creo que el texto generalice, habla de una experiencia en primera persona, la de Mayte.
      Lo otro y no menos importante, quien debiera dar esa opinión tan precisa es su esposa, que fue quien parió, no ud.

    • Disculpe pero a su esposa le permitieron escoger/ planear sus partos deseados? Le informaron debidamente a cada paso los procedimientos a realizar y ella decidió como proceder? Le entregaron a las niñas inmediatamente al nacer, poniéndolas en su pecho favoreciendo el fortalecimiento del vinculo madre-bebe y el inicio inmediato de la lactancia? Le ayudaron a esclarecer dudas y mejorar el agarre con información acerca de la lactancia? Usted u otro familiar pudo estar presente en los partos? En el materno donde su esposa parió las condiciones de limpieza fueron buenas? Los baños funcionaban? Los medicos, enfermeras no fueron condescendientes ni bruscos con ella o con otras mujeres alli? Por favor un parto respetuoso conlleva una respuesta afirmativa a todas estas preguntas y otras mas, si pudiera por favor decir el nombre del hospital se lo agradecería.

  • Mi bebé fue lo que dieron en llamar, o eso me decían, un feto valioso: más de siete años en consultas de fertilidad, tratamientos, pruebas…finalmente logré el embarazo: 30 años y alto riesgo por baja talla y problemas hormonales. Llegaron las consultas: todas las semanas en genética provincial, colas insufribles en un espacio diseñado para aire acondicionado y que nunca lo tuvo…para no extenderme tuve incluso que repetirme la glisemia provocada, porque en el hospital perdieron los resultados del examen…sin embargo no hubo grandes complicaciones.
    Llegan las 32 semanas y con ellas, de repente, dolor en bajo vientre, insoportable.
    Responsablemente voy al hospital. Nunca olvidaré cómo, la doctora de guardia, luego de examinarme en una camilla que tuve que exigir limpiaran pues estaba cubierta de sangre me dijo: ” no tienes nada mama, eso es psicologico. Te voy a inyectar una duralgina con difenhidramina para que duermas. Vete a tu casa”, y me inyectó ella misma sin dejar de flirtrear con un corpulento camillero. Era domingo. El martes el dolor era insoportable, de nuevo al médico. Amenaza de aborto dijeron, y quedé ingresada.
    Fue una semana de vejaciones y maltratos de todo tipo, sangrando, sin poderme ni bañar y en la que a nadie se le ocurrió hacerme ni una hemoglobina, a pesar de que por mis problemas de salud, soy anémica. Antibióticos y los inductores de maduración pulmonar, eso es todo.
    Pasada una semana en el hospital, con la “cubanía” que nos caracteriza y viendo mi estado interviene mi mamá, escándalo colosal y deciden inducirme el parto, aún cuando mi historia clínica aclaraba que no podía parir, que tení que ser cesárea sí o sí, otra vez, por mis problemas de salud.
    Fueron más de 36 horas de trabajo de parto, de violencia obstétrica y de todo tipo y mi bebé no tenía fuerzas para salir. Supliqu, imploré una cesárea, les pedí que leyeran la historia: nada. Desesperada en un momento, al ver la hora en el reloj de la pared justo frente a.mi cama, puse un orinal encima de una silla y me agaché a pujar, intentando salvar a mi hijo con mis últimas fuerzas…casi nace en ese orinal, y cuando me suben a la camilla graciosa la doctora: “no pujes todavía que no me he puesto los guantes” WTF, después de 36 horas, de verdad??? Nació mi niño, ni pude verlo, directo a neonatología y yo, devuelta a la cama inmunda porque en recuperación no había camaa disponibles…allí me transfundieron luego de un desmallo, porque ni hemoglobina me hicieron a pesar de la gran pérdida de sangre. Un mes estuve en el hospital después de eso, un mes en el que el único médico que me mostró algo de respeto fue un residente colombiano. Violencia obstétrica: sí, mucha, y de todo tipo, tantas que es imposible enumerarlaa todas. Somos simples pedazos de carne, o menos que eso… a mi el trauma me quedó de por vida

  • Mi historia fue muy dura, mi historia fue una noche infernal demasiado larga. En ese mismo hospital, probablemente en la misma mesa de cesárea. Como la mía y la de Mayte, he escuchado muchísimas. Hay que contarlas y exponer a todos los que están involucrados, desde el médico indolente hasta el que redacta los protocolos de violencia ultranormalizada,
    Y también hasta a quien legisla y se ha olvidado de que nosotras tenemos derecho a decidir sobre nuestros propios partos.
    Diana, estoy dispuesta a contarte mi historia yo también!

  • Igual para mi, dos partos en el hospital Naval, el primero con el Dr. Guillermo, maravilloso y el segundo el Dr. Octavio, menos cariñoso pero muy profesional. Y en general el equipo completo fue de gran apoyo

  • He compartido historias de parte con muchas madres, más de veinte, con seguridad, la mayoría de Maternidad Obrera y de Hijas de Galicia. Ni una ha sido positiva. Cuando las malas prácticas ocurren con tanta frecuencia sí se puede generalizar. El resto son excepciones, y de las excepciones no se puede hacer una regla. Las personas tienen tan poca confianza en el sistema de salud y en la justicia que ni siquiera piensan en denunciar estos actos, pero se debería. Sería esperanzador que se pudieran recoger las historias de los alumbramientos y presentarlos como denuncia ante el Ministerio de Salud. No tanto por venganza, sino con el objetivo de que las futuras madres tengan partos más humanos. Si alguien está dispuesto a hacer esto, cuenten conmigo.

  • Excelente trabajo,me identifico con esa historia pase algo así pero no llegue a la cesárea gracias al buen equipo de médico del hospital Gonzales coro pero creo que no es humano la manera de parir en cuba los procedimientos. Para mi fueron dos noches de terror que nunca olvidare, y me consideraba una persona fuerte hasta ese día. Ojalá se pueda tomar medidas y mejore la manera de dar a luz a nuestros bebe en Cuba. Saludos

  • Mi cesárea en el hospital Aballi, afortunadamente, fue todo lo contrario. El trato muy bueno, desde el camillero hasta médicos, enfermeras y resto del personal del salón. Lo único que pasé fue durante la anestesia que me sentí que no podía respirar y el enfermero anestesista me dijo que era miedo pero aun asi con mucha calma y paciencia me ayudó a rebasar ese mal rato, no me gritó ni humilló. Todo lo demás bien tanto en el salón de postparto como en la sala. La Dra Maria de los Ángeles Castañeda muy dulcemente revisaba la involución del útero sin apretar fuertemente el abdomen. No tengo quejas pero se que definitivamente la violencia obstetrica existe.

  • Me identifico mucho con esta historia, tuve a mi bebé hace casi 2 años en el González Coro y toda la dilatación fue con las manos de los doctores y aguantando xq desde q llegas te dicen q “tienes q portarte bien” pero resulta q si te portas mal te tratan mal pero aunque estés tranquila en un rincón te tratan mal, incluso te llegan a decir q estás tranquila xq no te duele. A mí sí me hicieron la maniobra de Kristeller, esa q no recomienda la OMS y nunca me preguntaron si lo autorizaba, incluso le dije al doctor q me iba a romper una costilla, esa fue mi única reacción. Es muy triste lo q vivimos la mayoría de las madres al momento de dar a luz. Un momento q debería ser especial y único se convierte en la peor pesadilla

  • Eso pasa es verdad el dolor ,el miedo que sentimos en ese momento pero no sé olvida y aunque muchas digan que solo con saber que el bebé nació bien y saludable vale la pena ,pues no para mí no tengo 29 años y aunque no pase mucho trabajo solo fueron 4 horas de trabajo de parto ,no quiero volver a pasar por lo mismo la violencia obstetricia y que si no tienes un amigo @ o alguien a quien le caigas bien a base de ragalos pues te hacen un mal trabajo y hay que quedarse callado y aguantar y pasar por todo eso solas

  • Tengo dos familiares médicos que viven en Francia. Uno de ellos atiende a menudo partos en urgencias y ha hecho cursos.

    Para los médicos en Europa no todas las vidas valen lo mismo. Su criterio es que valen más las vidas de las personas que se espera que vayan a vivir más años. La vida de un anciano vale mucho menos que la de un recién nacido.

    Este principio lo aplican a los partos. Su atención se focaliza en la salud del bebé. A la pregunta de si valdría la pena darle algún analgésico a la madre, respondieron indignados: “De ninguna manera. Eso dificulta el bienestar del bebé”

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