A Chavely la criaron bajo una disciplina estricta: no podía llevar amigos a la casa ni salir a jugar durante mucho tiempo ni ver el televisor fuera de la programación infantil ni leer menos de un libro a la semana.

Las exigencias crecieron en el preuniversitario. Chavely comenzó a sacar notas bajas en Matemática, Física y Química. La cambiaron de aula; luego, de escuela. Tuvo horas extra de repasos, se le prohibió reunirse con amigos; en casa, continuos regaños.

El momento más difícil de su vida fue mientras se preparaba para las pruebas de ingreso a la universidad.

“Mi familia quería que estudiara alguna lengua y para eso tenía que sacar los exámenes casi perfectos. Pero a mí la Matemática me ahogaba”, cuenta. “Empecé a tener falta de concentración, se me nublaban la vista y el cerebro cuando tenía un ejercicio enfrente. También comencé con sudoraciones y fatigas que me dejaban inconsciente durante algunos minutos”.

Después de varios chequeos médicos, la llevaron al psicólogo. En esa fecha, con 17 años, le diagnosticaron un trastorno ansioso-depresivo y le recetaron tres tabletas diarias de amitriptilina (25 mg), un ansiolítico.

Chavely entró a la universidad en la carrera Comunicación Social. Aunque no le ha sido difícil cursarla y las crisis hayan disminuido en los últimos cinco años, su tratamiento es por tiempo indefinido. Desde 2020, debido a la escasez de medicamentos que vive Cuba, cada vez le es más difícil mantenerlo.

“Se supone que la amitriptilina llegue a la farmacia dos veces al mes. Pero pueden pasar tres o cuatro y no entra”, dice. “En un inicio, a través de grupos de WhatsApp, intercambiaba algunos medicamentos por el mío, pero se me agotó la reserva”.

En estos meses, Chavely ha sufrido recaídas debido al estrés y la intermitencia en la medicación. Lo que más la afecta es la presión de hacer su tesis de licenciatura en medio de la pandemia.

“Sin más opciones, opté por la medicina verde. Sembré tilo y pasiflora en macetas. Las cuido mucho y solo tomo, en momentos puntuales, un té elaborado con las dos plantas juntas. Me seda, pero no se compara con el efecto de un medicamento», explica.

Tratamientos relegados por la pandemia

La COVID-19 también ha dejado secuelas que quizá no se perciben a simple vista: muchas personas describen trastornos asociados a la ansiedad, el insomnio y la depresión. Debido a ello, el equipo multidisciplinario que debe atender a los convalecientes de la enfermedad está integrado también por un psicólogo o un miembro del equipo de salud mental de las instituciones secundarias de salud (policlínicos).

La OMS/OPS coincide en que estos son algunos de los padecimientos que afectarán desde este momento a parte de la población en general, se hayan contagiado o no.

Sin embargo, los más afectados suelen ser aquellos que padecían estas dolencias desde antes de la pandemia y que, aparejado a los cierres de frontera y la crisis económica, también han sufrido la falta de recursos para tratarlas.

Los meses de encierro e incertidumbre han sido un martirio para Mariela Paz, de cincuenta años, quien hace siete padece una psicosis. En pleno climaterio se desestabilizó emocionalmente y debió interrumpir su trabajo de magisterio.

Su esposo, Yoel, explica que el primer síntoma fue el insomnio; después vinieron las taquicardias y los pensamientos negativos, que se sentía mal y que iba a morirse. Gestionaron un ingreso en la sala de Psiquiatría del Hospital Hermanos Ameijeiras, en La Habana.

“El psiquiatra le diagnosticó psicosis, una enfermedad mental en la que la persona se desconecta de la realidad”, declara Yoel.

Mariela toma media trifluoperazina –de 5 mg– cada doce horas y carbamazepina tres veces al día. En este tiempo de carestía, la primera le ha faltado menos porque la venta es solo a través de recetas emitidas por un psiquiatra, y en el pequeño pueblo matancero donde vive, Juan Gualberto Gómez, son pocas las personas que la necesitan.

“Cuando el medicamento llega a la farmacia nunca hay cien personas delante de ti que la vayan a comprar”, cuenta Yoel. “Pero la carbamazepina se ha perdido o la que llega no alcanza, aunque sea controlada por el tarjetón. He comprado en el mercado negro el blíster de veinte pastillas por cien pesos. Tengo que hacerlo al precio que sea porque ella no puede vivir sin el medicamento”, dice resignado el esposo.

En riesgo la calidad de vida

El proyecto Corazón Solidario en Santa Clara atiende a más de una docena de personas con padecimientos mentales (Foto: Sadiel Mederos).

Víctor Cuevas padece esquizofrenia paranoide y ha vivido la falta de disponibilidad de medicinas para tratar enfermedades mentales. Lidera el proyecto Corazón Solidario en Santa Clara, en el cual atienden a más de una docena de personas con estos padecimientos.

“Lo más terrible es que un paciente que desde hace años no tenía crisis puede recaer, sea por no tener su medicación o por un cambio en esta”, explica Cuevas, licenciado en Enfermería. “Los antidepresivos y ansiolíticos están en falta, y el empleo de algunos neurolépticos típicos —antipsicóticos—, ya un poco en desuso, ha provocado otras reacciones (temblores, rigidez muscular, inmovilidad) y el rechazo de los pacientes. Como consecuencia, afectaciones a su calidad de vida”.

La doctora Carmen*, psiquiatra, coincide con Víctor. Ella explica que en Cuba se recetan tres neurolépticos de última generación: risperidona, quetiapina fumarato y olanzapina.

“Estos medicamentos son en extremo controlados y solo la risperidona se vende en las farmacias. Los otras dos son de uso exclusivo en hospitales”, advierte. “En nuestras consultas se recetan, fundamentalmente, sedantes-ansiolíticos, antidepresivos y algunos psicoestimulantes”.

Sin embargo, la especialista cuenta que su poca disponibilidad en la red de farmacias ha supuesto un reto para quienes atienden la salud mental.

“No siempre basta con alguna consulta con el psiquiatra o psicólogo —suspendidas en ocasiones de rebrote—, infusiones, gotas florales o ejercicios de relajación y meditación; hay pacientes que necesitan ser medicados. No poder ofrecerles un tratamiento puede provocar, incluso, un desenlace fatal”.

La doctora tunera ha optado por visitar con frecuencia a sus enfermos con mayor riesgo de crisis o que estén descompensados; realizar continuas actualizaciones de sus casos o indicar ingreso aunque se trate de un paciente que no esté en etapa aguda de la enfermedad.

“Lo más importante es prevenir; pero sin recursos es muy poco lo que podemos hacer”, se lamenta.

Todos los males llegan juntos

Desde mucho antes de la pandemia, los cubanos pagaban altos precios en el mercado informal por cualquier benzodiacepina: alprazolam, clordiazepóxido y diazepam.

Con la llegada del SARS-CoV-2, las prioridades de Cuba para la compra y producción de medicamentos se concentraron, en su mayoría, en aquellos destinados a tratar el virus y sus secuelas.

En febrero de 2021, Mileydis pasó de un trastorno ansioso-depresivo a ataques de pánico. Comenzó a experimentar elevada frecuencia cardiaca, presión alta, adelgazamiento, insomnio y bruxismo crónico. El psiquiatra le cambió el tratamiento que llevaba por uno más fuerte: Clonazepam para los ataques de pánico y Sertralina para la depresión.

“La sertralina me la consiguen fuera del país, y el clonazepam también está en falta”, comenta. “Ahora me envían las dos desde el extranjero. Así es como he logrado conseguirlas durante un tiempo”.

Otros pacientes no han tenido esta suerte, y aquellos que recibían medicamentos sistemáticamente desde el exterior han visto afectados sus tratamientos por las restricciones de vuelo y la disminución de envíos por paquetería. En algunos casos, la interrupción supera los catorce meses.

Además, la Aduana General de la República tiene establecido un listado de más de veinte fármacos cuya importación no está autorizada, el cual incluye analgésicos y otros medicamentos para enfermedades relacionadas con el sistema nervioso, como la amitriptilina, la imipramina y la trifluoperazina.

Trastornos mentales en aumento

Las demencias, el alzhéimer, el suicidio y los trastornos mentales debido al uso de alcohol se encuentran entre las primeras dieciséis causas de muerte en el país (Foto: Sadiel Mederos).

De acuerdo con el Anuario Estadístico de Salud de 2020, las demencias, el alzhéimer, el suicidio y los trastornos mentales debido al uso de alcohol se encuentran entre las primeras dieciséis causas de muerte en Cuba.

Aunque no existen datos públicos y actualizados sobre la incidencia de otros padecimientos mentales en la población cubana, un reciente estudio de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas reveló que, durante la pandemia, las mujeres han experimentado “altos niveles de ansiedad” y los hombres han aumentado los hábitos tóxicos.

Según un informe de 2018 de la OPS, en Cuba los trastornos mentales y neurológicos por consumo de sustancias y el suicidio (MNSS) varían en dependencia del grupo etario. Hasta los cinco años de edad los padecimientos de este tipo más comunes son el autismo y la epilepsia.

Entre cinco y quince años los trastornos de conducta, la ansiedad y los dolores de cabeza, incluidos la migraña y del tipo tensional —como quien tiene una banda que aprieta la cabeza—, son los más frecuentes, y “alrededor de los veinte años surge un patrón que se mantiene estable durante la juventud y la edad adulta: los comunes (ansiedad, depresión, autolesiones y trastorno somatomorfo), dolores de cabeza, las afectaciones por consumo de sustancias (sobre todo alcohol) y enfermedades mentales graves (esquizofrenia y trastorno bipolar)”.

“Los adultos mayores sufren principalmente trastornos neurocognitivos debido a la enfermedad de Alzheimer, que supera el 50 % de las MNSS hacia los ochenta años y se sitúa por encima del 70 % después de los ochenta y cinco años”, concluye el documento.

Ocuparse para no preocuparse

Para Isabel Marrero lo más terrible del día es la certeza de que llegará la noche. Con sesenta y seis años, viuda y sin hijos, limpia su casa a diario hasta sacarle brillo. También se brinda para buscarles el pan, los mandados o cualquier otra diligencia a los vecinos. El objetivo es pasarse el día lo más ocupada posible para luego tratar de dormir profundamente.

Ella padece de trastorno ansioso-depresivo, que se le manifiesta en lo que llama “salto en la boca del estómago” (concientización del latido cardiaco en el epigastrio) y en trastornos del sueño.

“Es muy duro estar todas las noches en vela, dando vueltas en la cama por no tener nada que tomar para dormir”, reconoce.

Su tratamiento consiste en trifluoperazina (1 mg) dos veces al día, amitriptilina (25 mg) tres dosis diarias y nitrazepam o diazepam por la noche.

“Hago cola en la farmacia dos veces al mes durante tres o cuatro días antes de que lleguen los medicamentos. Puede que en el primer viaje vengan uno, dos, pero nunca todos juntos. También ha pasado que en un mes no abastezcan con nada de lo que necesito”.

La “solución” de Isabel no es descabellada. Ante la escasez de medicamentos —cuya recuperación demora—, mantenerse ocupada la ayuda a tratar su enfermedad.

Víctor Cuevas coincide en el valor de la terapia ocupacional para evitar una evolución tórpida de la enfermedad en medio de un vacío de tratamiento medicamentoso.

“Hay una máxima que dice que el enfermo mental se rehabilita estando siempre en rehabilitación; o sea, debe estar siempre ocupado”, resalta Víctor desde su experiencia personal.

La doctora Carmen reconoce la importancia de encontrar alternativas para tratar las enfermedades mentales.

“La escasez de medicamentos no es nueva y cada día aparecen más personas que necesitan estos fármacos”, expone. “Por ello es vital que los profesionales encuentren nuevas formas de tratar estas dolencias y que, al mismo tiempo, estos pacientes no sean olvidados ni calificados como una carga. Su calidad de vida debe ser también una prioridad para las autoridades de salud”.

“La pandemia y sus consecuencias (la crisis económica, las dificultades con la alimentación y otros asuntos que vivimos a diario los cubanos) se verán reflejadas —si no se ven ya— en el aumento de trastornos mentales en el futuro”, concluye.

 

*La doctora pidió que su nombre fuera cambiado por temor a represalias.

Sobre el autor

Sabrina López Camaraza

Estudiante de Periodismo. Ganadora del concurso de Crónica Miguel Ángel de la Torre (2018). Colabora en 'elTOQUE' y Periodismo de Barrio.

Sobre el autor

Glenda Caridad Boza Ibarra

Las Tunas, Cuba, 1988. Licenciada en Periodismo, Universidad de Camagüey, 2011. Reportera de la Agencia Cubana de Noticias (2011-2013), y los periódicos Juventud Rebelde y 5 de Septiembre (2013-2017). Becaria del Instituto de Medios del Caribe (2020). Miembro de la Sala Juvenil de Prensa de la Conferencia Mundial de Libertad de Prensa (2020). Publica en el ElToque desde 2017.

Un comentario

  • tremendamente especulativo el titular…mi primo es esquizofrénico paranoide, estuvo hace unas semanas en el hospital psiquiatrico y tuvo su tratamiento. Incluso la ambulancia lo fue a buscar a 65 km de distancia del hospital..Si, hay problemas con los medicamentos, pero me llama la atención que las autoras PARA NADA mencionan las causas de la escacez.
    Dime, Glenda, eso fue lo que te enseñaron la facultad de periodismo ? O en la beca ? A no decir toda la verdad ?

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