La frase que da título a este escrito es una declaración simplona de alguien que no sabe que todos rotamos junto a la Tierra, sobre su eje imaginario e incluso nos trasladamos alrededor del Sol, pero es que en Cuba lo simple no es tan simple.

Aquí rotamos más de la cuenta, bailamos en casa del trompo, movemos el pie de pívot, nos enredamos en una rueda de casino y rotamos en las colas.

Una cola en Cuba no es igual a una fila de ninguna otra parte del mundo. En este archipiélago pasado por agua y cocinado en baño de María, las colas son tumultos, trencitos sin rumba, reguero de gente en todas partes, lupanar del toqueteo y la palabrota, escenario perfecto para los malandrines que hurtan y se cuelan, que engañan al prójimo con estafas centenarias, adelantándose varios lugares por el solo hecho de joder siempre que se pueda.

Las colas en Cuba son molotes de personas desesperadas con miradas rojizas y atormentadas, temblorosas por la posibilidad constante de llegar al mostrador y que todo se haya acabado, que no quede ningún producto, y que cinco horas hayan sido solo el deporte de perder el tiempo bajo el sol del Caribe hirviente.

En las colas se habla de los hijos, de los nietos, de los dirigentes, de las progenitoras de los dirigentes, de las escasas posibilidades de que ellos hayan hecho alguna cola en su vida. Todos somos injustos en las colas, desafiamos a Dios, a la virgen, a los panteones africanos, a los solitarios mesías que habitan a la diestra del padre.

Ahora las colas se hacen ataviados todos con nasobucos, como si fuéramos asaltantes de una diligencia; nos miramos con caras groseras, sacamos la lengua al vecino de atasco y nadie se da cuenta de nuestra mueca y nadie siente el hedor de nuestras bocas.

Me costó trabajo entender que el nasobuco cubano, finísima palabra de la jerga médica, que no se usa en ninguna otra parte, es también para la conocida en Cuba como peste a boca, ese olor tan íntimo que todos y todas cuidamos de que no llegue a los demás.

La falta casi total de pasta dental, en toda Cuba, ha hecho que el nasobuco sea una necesidad no solo de salud pública, sino de honor y dignidad.

Las colas cubanas son así. Se puede encontrar personas contentas, hacedores de colas, propensos al disfrute de la avalancha humana, de la aglomeración y del desorden.

Las personas como yo, obsesivas con la justicia, nos desesperamos en las colas en las que se dan los últimos más de una vez, en las que los viejecitos olvidan a quién dieron el turno, de quién lo recibieron y en las que siempre se arma una bronca de improperios y terminan ganando los pillos que sacan provecho del río revuelto.

La cola cubana amerita un diccionario, hay un vocabulario particular de nuestras colas. En ellas se marca, se cuela, se dice “¡Conmigo viene un grupito!”, se pregunta “¿Atrás de quién usted va?”, se venden turnos, se rota toda una madrugada, para ser el primero para siempre.

Durante esta cuarentena, he visto personas haciendo colas en tiendas sin productos, por si entra el pollo, el cerdo —que de pronto está en muchos anuncios de la televisión, pero jamás en un mercado—, el detergente; y las personas compran lo que antes solo se miraba, por muy caro o por muy dañino.

Las cubanas y cubanos no creemos en cuidado del cuerpo, ni en salud, ni en productos orgánicos, ni en calorías, ni en triglicéridos, ni en grasa en las venas, ni en vena en la grasa, porque los años de cuarentena, de trinchera enfangada, de guerra por la vida, nos han hecho incivilizados y buenos como salvajes inocentes, que nos salvamos de la COVID-19 y comemos todos los días picadillos que medio mundo considera veneno.

“¡Estoy rotando!”, grita un hombre en la cola de chícharos verdes picados, pero se ve derecho e impávido, sin intención de baile ni de giros, ni de fiesta, sino más bien con expresión amenazante, como quien te dice solo con los ojos escapados del nasobuco, “estoy aquí hace mucho rato y no quiero tener que ponerme bruto con nadie”.

Mis ideas son las que rotan, estoy convencido de la necesidad del socialismo, soy un hombre que deambula, no puedo dar argumentos, no entiendo por qué el sol es más fuerte cuando la cola es más larga, por qué las cajeras se demoran más cuando más personas esperan, por qué este nasobuco me parece una mordaza, un freno, la prenda perfecta para nosotros, no entran virus, no salen palabras, no se ve el amarillo de los dientes.

Yo también estoy rotando. Espero para comprar cualquier cosa. Las colas están llenas de mujeres, no se ven muchas de clase alta, dónde comprarán ellas sus productos, no me molesta mi pueblo, la gente pobre y sudada me da fuerza, los entiendo, sé de qué hablan, son inteligentes y fuertes, comen cualquier cosa, no saben quién fue Modigliani, pero han visto cientos de horas de documentales de animales y pueden dar una charla larga sobre la cópula del gorila de espalda plateada, así somos y así hacemos colas.

Yo también estoy rotando, quiero estar aquí, de primero, cuando además de salvarnos de los virus nos salvemos de las colas y la barbarie.

 

Este proyecto fue apoyado a través del programa de Microgrants Check Global COVID-19. 

Sobre el autor

Julio Antonio Fernández Estrada

Profesor titular. Licenciado en Derecho e Historia. Doctor en Ciencias Jurídicas.

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