—Creo que estoy contagiada –me dice Gabriela con una tranquilidad pasmosa.

—¿Y por qué no te haces la prueba de inmediato?

—No hay suficientes pruebas disponibles, ni siquiera para los pacientes con síntomas.

Gabriela Sánchez-Bravo se fue de Cuba en 2005, después de terminar el preuniversitario. Graduada por la Upstate Medical University, actualmente cursa el primer año de su residencia en Medicina de Familia en The Institute for Family Health de Nueva York. Su práctica profesional alterna días en esta institución y consultas en The Mount Sinai Hospital. Hablamos durante casi una hora, y más de una vez se le entrecortó la voz; siempre cuando hablaba de otros: los enfermos, sus pacientes.

“El gran problema de Nueva York –señala– es que no hay suficiente espacio en los hospitales para ingresar a todas las personas con síntomas, o incluso solo a los positivos al SARS-CoV-2. Solo se hospitalizan los inestables con baja saturación de oxígeno; los que están mejor se envían a casa con instrucciones de cuarentena. Pero muchas veces las familias no la cumplen adecuadamente, más si el paciente no se siente enfermo. Recuerda que hay gente que solo desarrolla síntomas leves”.

Aunque no trabaja en el área de cuidados intensivos, toca madera –como buena cubana– porque aún no se le ha muerto ningún contagiado delante, pero sí sabe de las morgues abarrotadas, de las soluciones de cremación que han tomado algunos y los enterramientos en fosas comunes. “Las familias no pueden realizar las tradicionales ceremonias de velorio y entierro, ni siquiera despedirse de sus seres queridos”, cuenta.

“Tengo en la mente la historia de una mujer muy anciana, sobreviviente del Holocausto, sobreviviente también a varios tipos de cáncer, que me dijo: ‘Yo he pasado por mucho en mi vida y mira, me voy a morir de esto’. Después que salí del hospital la última vez, su pronóstico no era bueno. Quizá no esté cuando regrese”.

Médicos y enfermeros han tenido la iniciativa de hacer videollamadas para que los pacientes –que no estén en condiciones agónicas– puedan al menos tener una última conexión con los suyos.

El padre de Gabriela es siquiatra. En esta circunstancia excepcional, atiende a través de televisitas a la mayoría de sus pacientes, salvo aquellos que estén inestables y requieran pruebas de laboratorio o internamiento. Su mamá es cuidadora. Asiste a una señora mayor, pero extrema las medidas de seguridad. Como es lógico, Gabriela es la más expuesta al nuevo coronavirus dentro de la familia.

Le pregunto por Andrew Cuomo, el gobernador de Nueva York, que ha sido noticia más de una vez por estos días. Ella ratifica lo que otros, que el hombre ha liderado lo mejor posible en el temporal, incluso enfrentándose a opiniones del presidente Donald Trump; y que la situación neoyorquina hubiese sido aún peor sin un gobernador como él. En general, se cumplen bien las medidas de aislamiento y los suministros, salvo crisis puntuales con algún producto —papel higiénico, gel antibacterial—, no faltan en los establecimientos.

“Trabajo con mucha gente del Bronx y de Harlem, personas de bajos recursos que han sido las más afectadas. La mortalidad entre afroamericanos y latinos ha sido mayor que la de otros segmentos poblacionales. No es que no se conocieran antes estas desigualdades, en un país cuyo sistema de salud no es universal ni gratuito, pero una crisis como esta las saca a la luz con fuerza. La pobreza no permite quedarse en casa”, agrega.

Algo que le ha impactado notablemente es que en el mismo hospital los pacientes no se sienten seguros. “Las puertas de los cuartos permanecen cerradas y uno no sabe qué está pasando al otro lado. Me encontré a algunos confundidos y con muy baja saturación de oxígeno. Entraba y los veía sin oxígeno puesto. Tenían miedo. No sabían, a veces, ni que portaban el virus”.

Como habla español perfectamente, los familiares de enfermos latinos le imploran por una atención esmerada a los suyos. “Tráteme a mi mamá como si fuera su abuelita, doctora, como si fuera su abuelita”, le han dicho. El miedo general ha llegado a ser escalofriante.

Antes que la COVID-19 se expandiera a las Américas, Gabriela tenía planeadas sus vacaciones en Cuba. Un viaje que haría con su mamá para encontrarse con abuelos, tíos, primos, incluso con algunos que viven en Europa. Lo que se dice un “fetecún” criollo para celebrar unidos varios cumpleaños. Cuando todo esto pase, lo primero que quiere hacer es ese encuentro pospuesto.

Antes de despedirnos, me cuenta otra de sus experiencias: “Era una embarazada de 35 años. Ya había sido entubada y extubada. Una mañana se veía terrible, casi no podía respirar. La noté sufriendo y se lo comuniqué rápido a la enfermera. Ella, pensando que no era nada, me dijo que le daría alguna pastilla para la ansiedad. Por la tarde sufrió un paro. Tenía 30 semanas de gestación. La pudimos resucitar, y el bebé nació en cesárea de emergencia. Ambos vivieron”.

 

* El autor agradece a los colegas Salvador Salazar y Maylin Guerrero su ayuda en la obtención de este testimonio. 

 

Este proyecto fue apoyado a través del programa de Microgrants Check Global COVID-19. 

Sobre el autor

Jesús Arencibia Lorenzo

Pinar del Río (1982). Periodista. Máster en Ciencias de la Comunicación. Profesor en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana (2006-2018). Columnista del periódico 'Juventud Rebelde' (2007-2018). Ha recibido premios periodísticos y literarios en concursos cubanos. Compiló, junto a Miriam Rodríguez Betancourt, el libro 'Pablo de la Torriente Brau. Pasión de contar' (2014). En 2018 publicó el volumen de crónicas 'A la vuelta de la esquina' (Ediciones Loynaz) y en 2019 el libro de entrevistas 'La culpa es del que no enamora. Claves de Periodismo y Comunicación desde América Latina' (Ocean Sur).

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