Desde hace veinte años, un grupo de mujeres en la comunidad Los Chenes, del estado de Campeche, se unieron para iniciar el rescate de la abeja melipona, una especie que se encuentra en peligro de extinción debido al uso indiscriminado de plaguicidas en las plantaciones de cultivos transgénicos de soya, entre otros factores. Leydi Pech Martín, líder del grupo maya que trabaja por la conservación de esta especie, denunció en uno de los eventos paralelos de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad (COP 13), con sede en Cancún, México, que es “lamentable que se esté hablando de compromisos sobre biodiversidad cuando ningún gobierno o institución está haciendo nada para detener la afectación que están sufriendo los mayas de la región”.

Los plaguicidas “no solamente afectan a las abejas, sino también nuestra salud”, añadió Pech. “Dependemos de la polinización para nuestras vidas, nuestros alimentos, para el desarrollo de las plantas con que nos curamos, la producción de miel y la exportación a países europeos”. Esta última actividad es una de las principales fuentes de ingresos para las familias campesinas de la zona. “El cuidado de nuestros bosques y territorios durante miles de años nos ha permitido sobrevivir”, dice. Recientemente, “la Unión Europea declaró que no recibiría más miel procedente de estas comunidades si se detectaban residuos de plaguicidas por encima de los límites permitidos”.

En la convención, Pech ha venido a defender “no solo la vida de las abejas, sino también de nosotros, los mayas”.

El 90 por ciento de las plantas silvestres, el 75 por ciento de los productos agrícolas y el 33 por ciento de las tierras cultivadas en el mundo dependen total o parcialmente de las abejas. En febrero de 2016, se creó la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicio de los Ecosistemas que incluyó entre su agenda de trabajo la evaluación sobre el estado de los polinizadores, la polinización y la producción de alimentos. El 9 de diciembre, en la COP 13, se adoptó un acuerdo que incluye la promoción de hábitats amigables para los polinizadores, la mejora de la gestión de los mismos, la reducción de riesgos derivados de plagas, patógenos y especies invasoras y del uso de pesticidas, incluidos los insecticidas, herbicidas y fungicidas.

Foto 2. Abejas de Campeche (Foto tomada del diario de Campeche)

Abejas de Campeche (Foto tomada del diario de Campeche)

En un estudio publicado en febrero de 2016 el Journal of Chromatography A reveló que las abejas de miel europeas están siendo envenenadas con hasta 56 tipos de pesticidas diferentes. En 2013, la Unión Europea había restringido el uso de tres pesticidas pero, de acuerdo con la investigación, con tantos pesticidas en uso actualmente, es difícil saber cuáles están dañando a las abejas. “Ciertas combinaciones de pesticidas, o su uso prolongado en el tiempo, podrían afectar a las abejas de diferentes maneras”. En México, campesinos de Chihuahua, Campeche y San Luis Potosí han comenzado a reportar la muerte masiva o la intoxicación de las abejas.

En abril de 2007, el diario cubano Juventud Rebelde publicó un reportaje bajo el título “Cuba no tiene abejas muertas”. El director del Centro de Investigaciones Apícolas, Adolfo Pérez Piñeiro, sostenía que la Isla no se había visto afectada por la desaparición masiva de abejas que había comenzado a alarmar a los países más industrializados.

Tras el colapso de la Unión Soviética, Cuba debió superar un modelo basado en el uso extendido de plaguicidas y otros insumos externos (incluyendo maquinarias) hacia un uso mucho más racional de los recursos, con bajos insumos externos. Fernando Funes, agroecólogo cubano y Premio Nobel Alternativo de Ecología en 1999, explicó durante la COP 13 que “la transición agrícola cubana de un modelo de monocultivo y sobrexplotación de recursos naturales a otro donde se integró la agricultura urbana y las pequeñas fincas de productores privados o asociaciones cooperativas contribuyó a la búsqueda de soluciones ambientalmente sostenibles y bastante eficientes desde el punto de vista productivo que disminuyeron el uso de los pesticidas”.

Entre 1980 y 1989 se utilizaban como promedio 30.000 t de pesticidas en la industria azucarera, tabacalera, cafetalera, arrocera y en la producción de viandas y vegetales. El 80 por ciento de los herbicidas se empleaban en la caña de azúcar y el arroz, según un estudio publicado en 1997 en la Revista Cubana de Alimentación y Nutrición. En 1997 en los cultivos de tomate, cebolla y papa todavía persistían valores superiores al límite recomendado de etilen bisditiocarbamatos (EBDC). En la papa, por ejemplo, el 13, 5 por ciento de las muestras estudiadas sobrepasaban ese límite.

“Esta situación es preocupante, pues los ditiocarbamatos se utilizan en un grupo considerable de cultivos, las cifras de uso alcanzan valores altos todos los años, con un promedio anual de 2.500 t de ingrediente activo, y desde el punto de vista toxicológico, uno de sus metabolitos denominado etilen tiourea (ETU) representa riesgos para la salud humana. Además, las exportaciones de papa podrían ser rechazadas por los importadores, de no garantizarse que los residuos de ETU se encuentren por debajo de los niveles permitidos, lo cual acarrearía dificultades económicas al país”, añade el estudio.

Un reporte de Inter Press Service, fechado en 2002, refiere que Cuba había reducido el uso de plaguicidas químicos en las dos décadas anteriores, de 40.000 a 10.000 t anuales, “mediante un sistema de manejo integrado de plagas que se aplicaba desde 1982 en el control de unas 90 especies nocivas para la agricultura”. La Oficina Nacional de Estadísticas revela que en 2015 se importaron 6.642 t de herbicidas, productos antigerminantes y otros reguladores del crecimiento de las plantas.

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Herbicidas, productos antigerminantes y reguladores del crecimiento de las plantas (2007-2015) expresado en toneladas (Elaboración propia a partir de datos de la ONEI)

En 1988, Cuba implementó un Programa Nacional de Control Biológico donde se crearon 222 Centros de Reproducción de Entomófagos y Entomopatógenos (CREE) y tres plantas de producción de bioplaguicidas. Al mismo tiempo, “utilizamos otros métodos para sustituir los fertilizantes”, añade Funes, “como el compost, la lombricultura y el biogás, que también sirve como fuente de energía”. En algunas fincas se integraron técnicas de policultivo. La Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) Antonio Maceo, ubicada en Bejucal, Mayabeque, por ejemplo, “cuenta con alrededor de siete cultivos distintos conviviendo: col, plátano, guayaba, aguacate, tomate, frijoles y maíz”. A inicios de la década del noventa se puso énfasis en un programa de manejo integrado de plagas.

En 2001, más del 60 por ciento de los agricultores cubanos realizaba asociaciones de cultivos, principalmente con maíz; alrededor del 70 por ciento tenía sistemas de rotación de los campos, el 75 por ciento incluía prácticas de conservación de los suelos y en más de 900.000 ha anualmente se sustituían los plaguicidas sintéticos por bioplaguicidas, según una investigación realizada en varias provincias representativas del país.

Otros métodos de manejo agroecológico de plagas en la agricultura contemplan la siembra de plantas repelentes y atrayentes, la cría de entomófagos y entomopatógenos, la aplicación preventiva y focal de biopesticidas naturales y de laboratorio, la creación de trampas de colores y la observación diaria de los cultivos. Existen plantas con olores más fuertes que pueden desorientar a aquellas plagas que atacan a otras con un olor más delicado. El ajenjo, por ejemplo, repele a los gorgojos, ácaros y orugas que atacan las poblaciones de maíz; el ajo protege a los cultivos de zanahoria y fresa; la albahaca atrae a los polinizadores, lo cual incrementa la producción del cultivo, ahuyenta la mosca blanca, los mosquitos y los chinches y, a la misma vez, protege a los tomates y pimientos.

Las trampas de colores comúnmente se utilizan para detectar la presencia de insectos. Algunas trampas consisten en pedazos de plástico amarillo cubiertos de una sustancia pegajosa, que pueden ser pegamentos especiales fabricados con este fin, o bien aceites y grasas de origen vegetal, mineral o sintético, capaces de atrapar a los insectos. Algunas moscas y trípidos prefieren el color blanco mientras los escarabajos se ven más atraídos por el rojo.

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Fernando Funes en la COP 13 (Foto: Elaine Díaz)

“También hemos desarrollado un programa de Fitomejoramiento Participativo, donde los agricultores son los protagonistas. Este tiene entre sus objetivos fortalecer la capacidad de utilizar el mejoramiento genético de cultivos alimenticios por parte de investigadores, campesinos y autoridades locales, fomentar la diversidad mediante el manejo descentralizado de las semillas y promover grupos de investigación campesina para la selección, conservación y multiplicación de semillas”. Un informe publicado por la CEPAL en 2004 resaltó que “los resultados son notables en términos de diversidad”.

En el caso del maíz, “antes de la intervención del programa, la situación era casi dramática, pues los campesinos habían abandonado esta siembra por escasez de semillas adecuadas. La semilla disponible en ese momento —creada bajo el enfoque de Revolución Verde— no podía utilizarse sin fertilizantes. Del octavo lugar en prioridad de siembra que ocupaba el maíz entonces, se pasó al segundo lugar, porque ahora se dispone de numerosas variedades de maíz adaptadas a las condiciones locales mediante la experimentación campesina”.

Elaine Díaz Rodríguez recibió una beca de la Earth Journalism Network para la cobertura de la COP 13.

Sobre el autor

Elaine Díaz

Graduada de Periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana (2008). Nieman fellow en la Nieman Foundation for Journalism de la Universidad de Harvard (2014-2015). Colaboradora en 'Global Voices Online' desde 2010.