Cotorro, 2016. Un municipio en las afueras de la capital. No tiene un largo historial de días sin agua, menos en la zona donde se sitúa la acción. Los vecinos asumen la falta de líquido como algo temporal. Al menos el primer día.

Tercer día.

Se agotó el agua en las cisternas, se quedaron vacíos los tanques y el baño es imposible de descargar. Teresa tiene constructores en su casa trabajando en reparaciones. El polvo cubre con una capa gruesa los muebles y el suelo. La losa sucia crece en el fregadero. Su vecina, Marilyn, le habla por el patio trasero y le dice que llamará a la oficina municipal de Aguas de La Habana.

Marilyn reporta la situación. La señora de la oficina se queda sin palabras, mientras alguien a su lado le pregunta a cada momento que qué le dicen por teléfono. Marilyn cuelga. Sale al patio trasero y llama a Teresa. Las dos confían en que pronto habrá noticias.

A dos calles de ellas, en la arteria principal del Cotorro, más viviendas están en las mismas condiciones. Las tres casas que se libran reciben un hilo de agua que, durante horas, desaparece.

Quinto día.

Marilyn va personalmente a Aguas de La Habana a verificar en qué estado se encuentra su queja. Le dicen que no se preocupe, que debe ser una rotura menor y que se toman las medidas pertinentes.

Yusimí vive en la misma acera de Marilyn y Teresa. Ella es viuda y tiene dos niños. La menor aún se orina en la cama. También está bajo su tutela un anciano con demencia senil. Para bañarlo, tiene que rogar a la gracia divina. Las sábanas y la ropa sucia se acumulan.

A Teresa se le ocurre una idea genial: recoger lluvia para limpiar en un tanque que se ubica en el patio. Además, su esposo de 64 años carga agua, cubo a cubo, desde un puesto de flores a 50 metros de su casa. El local recibe el líquido de un círculo social cercano y el dueño de la pequeña florería brinda ayuda a los vecinos.

Decimoquinto día.

Las llamadas a Aguas de La Habana se realizan en días alternos. Marilyn también se presenta en las oficinas municipales en busca de respuestas.

Teresa está contenta. Rápidamente vacía el tanque de agua de lluvia porque su yerno va a pagar una pipa para que rellene la cisterna de la casa. Parece que se acabará el cargar desde la florería.

Sin embargo, la pipa nunca llega. El chofer se complica: le surge otro encargo. Tampoco llega la respuesta. Y la reserva se ha ido por el tragante.

Decimoctavo día.

Los vecinos se enteran de que el agua de la florería venía de un depósito sin cloro ni medidas sanitarias para su consumo. La hija de Teresa sonríe, pensando en la fiesta que deben tener las giardias en su estómago.

Decimonoveno día.

Lázaro no lo soporta más. Él vive solo y tiene problemas cardíacos y respiratorios. El polvo comienza a afectarle. Ya se cansó de pasar por los muebles el mismo paño húmedo del agua que gotea el aire acondicionado. Va a Aguas de La Habana y pide un inspector que evalúe la situación.

Casi en perfecta sincronía, Teresa se olvida de las várices y los dolores en las piernas para acudir a la filial municipal del Partido Comunista de Cuba y utilizar un recurso extremo, pero funcional: el escándalo.

El escándalo de Teresa a los representantes del Partido en el Cotorro se convierte en trending topic de la semana. Los llama negligentes, despreocupados y contrarrevolucionarios. Ellos se disculpan, le piden que hable despacio y afirman que no tenían conocimiento de ese problema.

Vigésimo día

El chorro se desborda de los grifos. Teresa se baña y despilfarra en la ducha como hacía años no lo hacía. Marilyn lava y comparte la alegría con los vecinos dando gritos en el traspatio.

Yusimí y los niños se apuran a rellenar el tanque de la casa, mientras el anciano que vive con ella le alcanza unos pomos para asegurar el agua de tomar.

Lázaro puede regar las plantas de su jardín.

Vigésimo segundo día

La furia por la falta de agua termina. Entonces, las incógnitas flotan en el aire. ¿Qué pasó? ¿Realmente funcionó el escándalo?

Y como un viejo sabio que descubrió los secretos del universo, Lázaro tiene la primicia: el inspector revisó las tuberías y descubrió que el responsable no abría del todo la llave de paso del agua a esa zona.

O al menos, eso es lo que le contaron.

Sobre el autor

Ernesto Guerra

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