No recordaba su nombre completo. Siempre le decíamos Tony, el hijo de Elsa. Primo segundo de mi padre. Sobrino nieto de mi abuela paterna. Tony fue violado a los 14 años por otro hombre. Su madre, de tanto que quiso protegerlo, escondió su afrenta. Dijo que estaba enfermo de los nervios. Trató de ocultar su violación y su homosexualidad. Primer gay registrado en la familia Monteagudo-Donís, de ascendencia gallega y francesa. Imperdonable e inaceptable. Eran los años 70 del pasado siglo.

Elsa lo sobreprotegió tanto, que Tony se volvió más que dependiente de su madre. Y fue como si tuviera el cordón umbilical aún pegado a la placenta. Así pasaron más de 40 años: en una relación enfermiza de Tony con su progenitora y el mundo. Deprimido, marginado, traumado.

Lo recuerdo acostado en su cama, rodeado de figuras de porcelana. Las coleccionaba compulsivamente. Ese era su mundo: la cama, su madre y las figuras de porcelana. Si tuvo pareja, no lo sé. Puede. Era delgado, de baja estatura. Delicado como las estampas que decoraban su habitación: muñecas de biscuit, caballos de crines doradas, ovejas, elefantes, jarrones, joyeros… Alguna vez lo vi en la calle. Caminaba esquivo. Transpiraba timidez.

Él dijo, más bien prometió, que se mataría si su madre moría. Y el día en que ella tuvo un infarto, cuando la vio partir moribunda, lo cumplió. Descendió en silencio hasta la cisterna de su edificio y allí se ahogó. Nadie sospechó ni imaginó que alguien pudiera suicidarse en aquella oscura piscina subterránea. Quizá la figuró como un vientre materno: cerrado, húmedo, seguro.

Elsa no falleció ese día, aunque su corazón se volvió una máquina imperfecta. Cuando se recuperó, empezó la búsqueda de su hijo. Fue dado por desaparecido durante muchos meses, hasta que alguien encontró sus restos diluidos en el agua de la cisterna del edificio doce plantas en la ciudad de Sancti Spíritus. La misma ciudad donde vivió poco más de 50 años.

Tony tuvo una mala vida. No porque fuera un díscolo. Al contrario, fue víctima de los prejuicios que lo condenaron y lo sumergieron en esa cisterna, donde finalmente encontró algo de sosiego, de paz. Su madre murió poco después de que fuera encontrado. Tony, quizá sin saberlo, encontró una forma de cobrarle a la sociedad todo el asco con que fue tratado. Su dolor se hizo peste, y muchos se lo bebieron, se lo untaron.

Se fue limpio de toda culpa.

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Katia Monteagudo

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